8 abr 2017

Santo Evangelio 8 de Abril 2017


Día litúrgico: Sábado V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 11,45-56): En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación». Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación —y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos—. Desde este día, decidieron darle muerte. 

Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraim, y allí residía con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle.


«Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos»
Rev. D. Xavier ROMERO i Galdeano 
(Cervera, Lleida, España)


Hoy, de camino hacia Jerusalén, Jesús se sabe perseguido, vigilado, sentenciado, porque cuanto más grande y novedosa ha sido su revelación —el anuncio del Reino— más amplia y más clara ha sido la división y la oposición que ha encontrado en los oyentes (cf. Jn 11,45-46).

Las palabras negativas de Caifás, «os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación» (Jn 11,50), Jesús las asumirá positivamente en la redención obrada por nosotros. Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, ¡en la Cruz muere por amor a todos! Muere para hacer realidad el plan del Padre, es decir, «reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52).

¡Y ésta es la maravilla y la creatividad de nuestro Dios! Caifás, con su sentencia («Os conviene que muera uno solo...») no hace más que, por odio, eliminar a un idealista; en cambio, Dios Padre, enviando a su Hijo por amor hacia nosotros, hace algo maravilloso: convertir aquella sentencia malévola en una obra de amor redentora, porque para Dios Padre, ¡cada hombre vale toda la sangre derramada por Jesucristo!

De aquí a una semana cantaremos —en solemne vigilia— el Pregón pascual. A través de esta maravillosa oración, la Iglesia hace alabanza del pecado original. Y no lo hace porque desconozca su gravedad, sino porque Dios —en su bondad infinita— ha obrado proezas como respuesta al pecado del hombre. Es decir, ante el “disgusto original”, Él ha respondido con la Encarnación, con la inmolación personal y con la institución de la Eucaristía. Por esto, la liturgia cantará el próximo sábado: «¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!».

Ojalá que nuestras sentencias, palabras y acciones no sean impedimentos para la evangelización, ya que de Cristo recibimos el encargo, también nosotros, de reunir los hijos de Dios dispersos: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt 28,19).

La misa. El sacrificio del Altar



La misa. El sacrificio del Altar


Jesús baja a la tierra, obedeciendo las palabras de un humilde sacerdote. Y lo mismo sucede en las grandes catedrales como en las humildes Iglesias.


Por: P. Angel Peña O.A.R. | Fuente: Catholic.net 


"La misa es el acto más sagrado. No se puede hacer otra cosa mejor para glorificar a Dios ni para mayor provecho del alma, que asistir a la misa tan a menudo como sea posible" (S. Pedro Eymard).

"Sin la santa misa ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos, ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente, la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido y sin remedio" (Sta. Teresa de Jesús).

"Yo creo que, si no existiera la misa, el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su iniquidad. La misa es el soporte que lo sostiene" (S. Leonardo de Pto Mauricio). "Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol que sin la misa" (P. Pío de Pietrelcina).

¡Vale tanto la misa! Un santo obispo decía: "!Qué gozo siente mi alma al celebrar la misa! Por muy ofendido, despreciado, blasfemado e injustamente, tratado que sea Dios de parte de muchos hombres... tengo la dicha de dar a Dios infinitamente más gloria que ofensas puede recibir de los pecados de los hombres. ¿Nos explicamos ahora, por qué no se ha roto en mil pedazos al golpe de la ira divina esta tierra pecadora? ¿Nos explicamos por qué hay sol en los días y luna en las noches y lluvias en el tiempo oportuno y comunicación de Dios con los hijos de los hombres? HAY MISAS EN LA TIERRA en todos los minutos del día y de la noche se está repitiendo a lo largo del mundo: Por Cristo, con El y en El... todo honor y toda gloria". (Beato Manuel González).

"Si supiéramos el valor de una misa, nos esforzaríamos más por asistir a ella" (Cura de Ars). "Uno obtiene más mérito asistiendo a un misa con devoción que, repartiendo todos sus bienes a los pobres viajando por todo el mundo en peregrinación" (S. Bernardo).

(...)

Así piensan los santos ¿y tú? ¿Crees todo esto? La misa es la Suma de la Encamación y de la Redención. Es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra. La mis es el acto que mayor gloria y honor puede dar a Dios. Todos los actos di amor de todos los hombres que han existido, existen y existirán, no sonada en su comparación. Porque la misa es la misa de Jesús y, según Sto. Tomás de Aquino, vale tanto como la muerte de Jesús en el CaIvario, ya que la misa es la renovación y actualización del sacrificio de la cruz. “Es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús” (Vat II, SL 47). Memorial es hacer vivo y real ahora entre nosotros, un acontecimiento salvífico que tuvo lugar en tiempos pasados.

Supongamos que hubieran tenido estudios de cine y TV en aquellos tiempos de Jesús y hubieran filmado su pasión, muerte y resurrección. ¡Qué emoción sería para nosotros ahora poder contemplar con nuestros ojos lo que sucedió hace dos mil años y poder ver a Jesús resucitado! Pues bien, la misa es algo más que una película, por muy bonita que sea, es un memorial, es decir, es la misma realidad actual y palpitante, aunque expresada de otra manera, de modo sacramental, sin derramamiento de sangre. Por eso, decimos también que la misa es el memorial de la Pascua de Cristo, el memorial de la Redención o de su Pasión, muerte y resurrección. En una palabra, diríamos que es el memorial de su infinito amor, pues en cada misa el amor infinito y eterno de Jesús se hace palpable y se sigue ofreciendo por nuestra salvación. Este amor de Jesús se hace presente al entregarse a cada uno en la comunión y al encarnarse de nuevo entre nosotros, como en una nueva Navidad, en el momento de la consagración.

La consagración es el corazón de la misa, sin ella no habría adoración ni sagrarios ni comunión. Por eso, cuando en otros tiempos no se acostumbraba a comulgar todos los días, los fieles estaban bien atentos y miraban a la hostia en la elevación, con deseos de comulgar, para hacer así una comunión espiritual.

Cuando tú asistas a la misa, procura estar atento a este momento cumbre del gran prodigio de amor. Toda la misa converge en este momento sublime, en que todo un Dios se acerca a nosotros como en una nueva Navidad. Para este momento supremo viven todos los sacerdotes, para esto se celebra la misa. Sin la consagración, la misa no sería misa. Vive conscientemente este gran acontecimiento y agradece a Dios por este gran milagro que sucede cada día. Piensa en lo que sucede: unas breves palabras pronunciadas sobre la hostia y, en el mismo instante, esta hostia viene a contener un tesoro mayor que todos los tesoros de la tierra.

(...)

Jesús baja a la tierra, obedeciendo las palabras de un humilde sacerdote. Y lo mismo sucede esto en las grandes catedrales de los países ricos como en las humildes casitas de esteras de los pobres de África o de América Latina.

(...) No dudemos, digamos como Sto. Tomás: "Señor mío y Dios mío". Y procuremos, en esos momentos, estar de rodillas ante nuestro Dios. No seamos meros espectadores, indiferentes a lo que se celebra ¿Acaso estamos de pie para que no se manche nuestra ropa? Alguien ha dicho que nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas. No te avergüences de estar de rodillas ante tu Dios.

Sta. Margarita María de Alacoque cuenta en su Autobiografía que su ángel de la guarda: "no soportaba la menor falta de modestia o de respeto ante Jesús sacramentado, delante del cual lo veía postrado en tierra y deseaba que yo hiciese lo mismo". Y tú ¿le negarás el respeto y amor que se merece? ¿Le negarás hospedaje en tu corazón? ¿Le negarás obediencia a su deseo de que vengas a la misa los domingos?

La misa ha sido siempre la devoción de los santos por excelencia. Nuestra Madre María nos decía en Medjugorje el 25-4-88: "Haced que la misa sea parte esencial de vuestras vidas". Por eso, no digas que no tienes tiempo. Cuando le decían esto a S. José de Cotolengo, El respondía: "malos manejos, mala economía del tiempo". Tú, asiste a la misa para unirte a Jesús y alegrarte en la celebración de los grandes misterios de la humanidad, y para orar por tus familiares vivos y difuntos. A este respecto, decía S. Alfonso María de Ligorio que la misa "es el más poderoso sufragio para las almas del Purgatorio". Ya desde los primeros tiempos del cristianismo se celebraban misas por los difuntos. Tertuljano, en el siglo II, nos habla de la costumbre de celebrar la misa en el aniversario de la muerte. Ahora, existe la buena costumbre, en algunos lugares de la misa a los ocho días, al mes y al año. Orar por nuestros familiares difuntos es una obligación, no sólo de caridad, sino también de justicia. Debemos ayudarlos, pues según Sta. Catalina de Génova, llamada la doctora del purgatorio, allí se sufre mucho más de lo que podemos sufrir en este mundo.

S. Agustín, en varias de sus obras, nos habla de esta costumbre antigua en la Iglesia y afirma que su madre Sta. Mónica, antes de morir, le manifestó el deseo de que se acordara de ella en la santa misa (Cf Conf IX,36). Porque "es bueno y piadoso orar por los difuntos... para que sean liberados del pecado" (2 Mac 12,46). Y la mejor oración es la santa misa Por eso, ofrécele el regalo de la misa y comunión, donde renovarás tu amistad con El.

Jesús, Tú eres mi amigo más querido, el Amado de mi alma, lo más grande de mi vida. Gracias Jesús, por tu amistad y por la misa de cada día.




Fragmento del Libro Jesús Eucaristía, el Amigo que siempre te espera



7 abr 2017

Santo Evangelio 7 de abril 2017


Día litúrgico: Viernes V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.


«¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?»
Rev. D. Carles ELÍAS i Cao 
(Barcelona, España)


Hoy viernes, cuando sólo falta una semana para conmemorar la muerte del Señor, el Evangelio nos presenta los motivos de su condena. Jesús trata de mostrar la verdad, pero los judíos lo tienen por blasfemo y reo de lapidación. Jesús habla de las obras que realiza, obras de Dios que lo acreditan, de cómo puede darse a sí mismo el título de “Hijo de Dios”... Sin embargo, habla desde unas categorías difíciles de entender para sus adversarios: “estar en la verdad”, “escuchar su voz”...; les habla desde el seguimiento y el compromiso con su persona que hacen que Jesús sea conocido y amado —«Maestro, ¿dónde vives?», le preguntaron los discípulos al inicio de su ministerio (Jn 1,38)—. Pero todo parece inútil: es tan grande lo que Jesús intenta decir que no pueden entenderlo, solamente lo podrán comprender los pequeños y sencillos, porque el Reino está escondido a los sabios y entendidos. 

Jesús lucha por presentar argumentos que puedan aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo, morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo, a su identidad y a su misión. Como profeta, presentará una llamada a la conversión y será rechazado, un nuevo rostro de Dios y será escupido, una nueva fraternidad y será abandonado.

De nuevo se alza la Cruz del Señor con toda su fuerza como estandarte verdadero, como única razón indiscutible: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno). Jesús ha de huir al otro lado del Jordán y quienes de veras creen el Él se trasladan allí dispuestos a seguirle y a escucharle.

Eucaristía, don de Dios a la Iglesia



Eucaristía, don de Dios a la Iglesia

Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo.

Por: P. Angel Peña O.A.R. | Fuente: Catholic.net 


Juan Pablo II decía que "la Eucaristía es el más grande don que Cristo ha ofrecido y ofrece permanentemente a la Iglesia" (3 1-10-82). Es el "tesoro más precioso" (MF 1). En la celebración eucarística, "por la consagración del pan y del vino, se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Nuestro Señor y de toda la sustancia de vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación" (Cat 1376). De ahí que, en la Eucaristía, bajo las apariencias de pan y vino se hace presente una nueva realidad: Jesús, vivo y resucitado. "Esto quiere decir que, después de la consagración, no queda ya nada del pan y del vino, sino solas las especies; bajo las cuales esta presente, todo e íntegro, Cristo en su realidad física, aun corporalmente presente, aunque no del mismo modo como están los cuerpos en un lugar" (MF 5).

"La Iglesia enseña y confiesa claramente y sin rodeos que en el venerable sacramento de la santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente Nuestro Señor Jesucristo, bajo la apariencia de esas cosas sensibles" (Trento, Denz 1636). En este sacramento está "Cristo mismo, vivo y glorioso.., con su Cuerpo, sangre, alma y divinidad" (Cat 1413). Esta presencia real de Cristo en la Eucaristía "se llama real, no por exclusión, como si las otras presencias no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro" (MF 5). Y está presente "no de una manera transitoria, sino que permanece en las hostias, que se conservan después de la consagración, como pan bajado del cielo, absolutamente digno, bajo el velo del sacramento, de honores divinos y de adoración" (Pablo VI en Burdeos 12-4-66).

Por eso, el sagrario, donde está Jesús, "debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la Iglesia y debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento" (Cat 1379).

"La Eucaristía es la fuente y cima de toda la vida cristiana... La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir Cristo mismo" (Cat 1324). Por eso, "para que la Iglesia pueda desarrollarse, es preciso poner de relieve el carácter central de la Eucaristía, en virtud de la cual y alrededor de la cual, la comunidad se forma, vive y llega a su madurez" (carta aprobada por Juan Pablo II 1-10-89). Según el ritual de la Eucaristía fuera de la misa: "La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana y el manantial y la meta del culto que se brinda a Dios" (N° 1 y 2).

"La Eucaristía es el centro de la comunidad parroquial. Permaneciendo en silencio ante el Santísimo Sacramento es a Cristo, total y realmente presente, a quien encontramos, a quien adoramos y con quien estamos en relación. La fe y el amor nos llevan a reconocerlo bajo las especies de pan y de vino al Señor Jesús... Es importante conversar con Cristo. El misterio eucarístico es la fuente, el centro y la cumbre de la actividad espiritual de la Iglesia. Por eso, exhorto a todos a visitar regularmente a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar pues todos estamos llamados a permanecer de manera continua en su presencia. La Eucaristía está en el centro de la vida cristiana... Recomiendo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, al igual que a los laicos, que prosigan e intensifiquen sus esfuerzos para enseñar a las generaciones jóvenes el sentido y el valor de la adoración y el amor a Cristo Eucaristía" (Juan Pablo II, 28-5-96).

La Eucaristía debe ser también el centro, especialmente, de cada casa de religiosos. Dice el canon 608: "Cada casa ha de tener al menos un oratorio, en el que se celebre y esté reservada la Eucaristía y sea verdaderamente el centro de la Comunidad". "Y en la medida de lo posible, sus miembros participarán cada día en el sacrificio eucarístico, recibirán el Cuerpo Santísimo de Cristo y adorarán al Señor presenté en este sacramenta" (Canon 663). La Eucaristía es la perla preciosa, el tesoro escondido de que habla el Evangelio.

¿Que más podemos decir, si tenemos entre nosotros tan cerquita al propio Dios en persona, al mismo Jesús de Nazaret? Por eso, en la plegaria N° 1 de la misa, pedimos que "cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, seamos colmados de gracia y bendición".

Hagamos de nuestra vida, una vida eucarística, es decir, agradecida, pues Eucaristía significa acción de gracias. Allí está Jesús, irradiando rayos luminosos de amor, que, aunque invisibles, no por ella son menos reales y eficaces.

La Eucaristía no es un trozo del árbol de la cruz, donde clavaron a Jesús, sino Cristo mismo. No son sus escritos personales, sino su misma persona, no es su fotografía o su imagen, sino El mismo, vivo y resucitado con su corazón palpitante. En la Eucaristía no tenemos sólo el recuerdo, las ropas o la corona de espinas, sino su propio Corazón traspasado, su propia cabeza, su propio cuerpo. Es Jesús, nuestro amigo y Salvador.

Por eso, la Eucaristía es el punto de apoyo que mueve el mundo, como diría Arquímedes. Y nosotros necesitamos de este punto de apoyo para mover nuestras almas a la santidad. La Eucaristía es el centro de energía espiritual del catolicismo, es como una central eléctrica o atómica del espíritu. ¿Por qué no aprovechar tanta energía que tenemos a disposición? Decía un hermano separado: yo no creo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero, si creyera, me pasaría la vida de rodillas. Y tú ¿qué haces? ¿Qué importancia tiene la Eucaristía en tu vida? Se necesitaría toda una vida para prepararse a recibir la comunión y toda una vida para dar gracias. Y, sin embargo, comulgamos con tanta tranquilidad que parece indiferencia.

"La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico, Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración... No cese nunca nuestra adoración" (Cat 1380).

¡Oh Jesús, gracias por la misa de todos los días! ¡Gracias por el regalo inmerecido de ser católico y poder conocerte y amarte en este sacramento del amor!


Fragmento del Libro "Jesús Eucaristía, el Amigo que siempre te espera".


6 abr 2017

Santo Evangelio 6 de Abril 2017


Día litúrgico: Jueves V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.


«Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró»
Rev. D. Enric CASES i Martín 
(Barcelona, España)



Hoy nos sitúa san Juan ante una manifestación de Jesús en el Templo. El Salvador revela un hecho desconocido para los judíos: que Abraham vio y se alegró al contemplar el día de Jesús. Todos sabían que Dios había hecho una alianza con Abraham, asegurándole grandes promesas de salvación para su descendencia. Sin embargo, desconocían hasta qué punto llegaba la luz de Dios. Cristo les revela que Abraham vio al Mesías en el día de Yahvé, al cual llama mi día.

En esta revelación Jesús se muestra poseyendo la visión eterna de Dios. Pero, sobre todo se manifiesta como alguien preexistente y presente en el tiempo de Abraham. Poco después, en el fuego de la discusión, cuando le alegan que aún no tiene cincuenta años les dice: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8,58) Es una declaración notoria de su divinidad, podían entenderla perfectamente, y también hubieran podido creer si hubieran conocido más al Padre. La expresión “Yo soy” es parte del tetragrama santo Yahvhé, revelado en el monte Sinaí.

El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero. «Perfecto Dios y perfecto Hombre», dice el Símbolo Atanasiano. San Hilario de Poitiers escribe en una bella oración: «Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y los Apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre y al único Señor Jesucristo, podamos también celebrarte a ti como Dios, en quien no hay unicidad de persona, y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

Se deja tocar, comer y abrazar por quienes lo desean



Se deja tocar, comer y abrazar por quienes lo desean

Pan y vino, comida y bebida para la vida corporal... Cuerpo y Sangre para la vida espiritual.


Por: Carlos M. Buela | Fuente: Instituto del Verbo Encarnado 


Sucedió en la vida de San Felipe Neri, como nos lo presenta un testigo en el proceso de canonización: Haber visto al Santo revestido con una vieja alba y unos pobrísimos ornamentos, retirándose con lágrimas porque se le impedía decir Misa. Debe ser lo más tremendo que le pueda suceder a un sacerdote: el que no se le deje celebrar la Santa Misa. Y una de las novedades de las cuales se lo acusaba injustamente a San Felipe Neri era precisamente ésa: la de exhortar a los sacerdotes a decir Misa todos los días y a los fieles a comulgar frecuentemente.
Por eso, que este ejemplo de su vida simplemente nos sirva para llegar a darnos cuenta de lo que significaba la Eucaristía para San Felipe Neri, y para tomar pie para seguir con nuestro tema: el por qué la Eucaristía da la gracia, por qué la Eucaristía da la vida.


En primer lugar, porque la Eucaristía, es el mismo Cristo. La Eucaristía no solamente nos da la gracia santificante y la gracia propia del sacramento, sino que, además, nos da al mismo Autor de la gracia, que se presentó a sí mismo como “la Vida”.

En segundo lugar, porque en la Eucaristía se nos da la víctima que se inmola. Por tanto, participamos -al recibir la víctima del sacrificio- del sacrificio eucarístico, del sacrificio del altar, que no es otro que el sacrificio de la Cruz, aunque en “especie aliena”, en especie ajena.

En tercer lugar, por lo cual la Eucaristía nos da la vida es por el modo mismo de este sacramento. ¿Cuál es ese modo? Este sacramento se nos da a modo de comida y bebida. Así entonces, de esta manera todo lo que hacen la comida y la bebida materiales en la vida corporal, hace este sacramento, comida y bebida espiritual, en orden a la vida espiritual de los cristianos. Y ¿qué es lo que hace la comida y la bebida material en orden al cuerpo para así entender lo que hace la comida y bebida espiritual en orden al alma?

La comida y bebida material hacen cuatro cosas: sustentar, aumentar, reparar y deleitar. Y esas cuatro cosas son las que hace este sacramento en nuestras almas:

1)  Sostiene nuestra vida espiritual, la conserva, la mantiene y la sustenta.

2)  Aumenta, pero con esta diferencia: así como es necesaria la comida material para que el cuerpo del hombre crezca hasta que llegue hasta su plenitud, pero luego comienza a decrecer, por el contrario, la comida y la bebida espirituales al hombre le hacen crecer durante toda su vida porque siempre le van produciendo un aumento de la gracia, que va llevando al hombre hasta la medida de la edad perfecta en Cristo.

3)  Repara. Ciertamente que, debido a los trabajos del día y al desgaste que hacemos de calorías, necesitamos reparar esas energías. Para eso está la comida y la bebida material, pero de manera especial, en la vida espiritual, los ataques del demonio, las tentaciones, las arideces, el polvo del camino en este peregrinar que se nos va pegando, las dificultades de adentro, de afuera, la carne, el mundo, el demonio, nos hacen perder fuerza espiritual. ¿Cómo recuperamos esas fuerzas espirituales? ¿Cómo se repara la pérdida que puede haber? Con la Eucaristía.

4)  Y por si fuese poco, la Eucaristía deleita. Por eso, la Eucaristía siempre es un manjar para el paladar del sacerdote, como tiene que ser un manjar para el paladar de aquél que se va preparando al sacerdocio. Y deleita la Eucaristía por ser el mismo Cristo y por ser el Cristo que es Víctima y por ser el Cristo que se nos da como comida y bebida de una manera inefable. Esto se ha mostrado de manera extraordinaria en algunos casos en la historia de la Iglesia; pero de manera ordinaria se manifiesta todos los días al recibir el Pan de los ángeles.

Por eso decía San Ambrosio: “este pan es de vida eterna, pues sustenta la sustancia de nuestra alma”.

Y San Juan Crisóstomo: “se deja tocar, comer y abrazar por quienes lo desean”.

No por nada dijo el Señor: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”.

Pidámosle a la Virgen, que fue la que dio vida a Jesús, el comprender como ese Jesús, que es Vida, nos da vida a nosotros a través de la Eucaristía.


5 abr 2017

Santo Evangelio 5 de Abril 2017


Día litúrgico: Miércoles V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».

Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».


«Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí»
Pe. Givanildo dos SANTOS Ferreira 
(Brasilia, Brasil)



Hoy, el Señor dirige duras palabras a los judíos. No a cualquier judío, sino, precisamente, a aquellos que abrazaron la fe: Jesús dijo «a los judíos que habían creído en Él» (Jn 8,31). Sin duda, este diálogo de Jesús refleja el inicio de aquellas dificultades causadas por los cristianos judaizantes en la primera hora de la Iglesia.

Como eran descendientes de Abraham según la consanguineidad, esos tales discípulos de Jesús se consideraban superiores no solamente de los gentíos que vivían lejos de la fe, sino también superiores a cualquier discípulo no judío partícipe de la misma fe. Ellos decían: «Nosotros somos descendencia de Abraham» (Jn 8,33); «nuestro padre es Abraham» (v. 39); «solo tenemos un padre, Dios» (v. 41). A pesar de ser discípulos de Jesús, tenemos la impresión de que Jesús nada representaba para ellos, nada acrecentaba al que ya poseían. Pero es ahí donde se encuentra el gran error de todos ellos: los verdaderos hijos no son los descendientes según la consanguineidad, sino los herederos de la promesa, o sea, aquellos que creen (cf. Rom 9,6-8). Sin la fe en Jesús no es posible que alguien alcance la promesa de Abraham. Por tanto, entre los discípulos «no hay judíos o griego; no hay esclavo o libre; no hay hombre o mujer», porque todos son hermanos por el bautismo (cf. Gal 3,27-28).

No nos dejemos seducir por orgullo espiritual. Los judaizantes se consideraban superiores a los otros cristianos. No es necesario hablar, aquí, de los hermanos separados. Pero pensemos en nosotros mismos. ¡Cuántas veces algunos católicos se consideran mejores que los otros católicos porque siguen este o aquel movimiento, porque observan esta o aquella disciplina, porque obedecen a este o a aquel uso litúrgico! Unos, porque son ricos; otros, porque estudiaron más. Unos, porque ocupan cargos importantes; otros, porque vienen de familias nobles... «Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano… Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, también y sobre todo en los momentos difíciles» (Benedicto XVI).

¡Gracias, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!



¡Gracias, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!

Por: P . Sergio A. Córdova | Fuente: Catholic.net 


Hay, en Tierra Santa, un pueblecito llamado Tabga. Está situado junto a la ribera del lago Tiberíades, en el corazón de la Galilea. Y se halla a los pies del monte de las Bienaventuranzas. La Galilea es una región de una gran belleza natural, con sus verdes colinas, el lago de azul intenso y una fértil vegetación. Este rincón, que es como la puerta de entrada a Cafarnaúm, goza todo el año de un entorno exuberante. Es, precisamente en esta aldea, donde la tradición ubica el hecho histórico de la multiplicación de los panes realizada por Jesús.

Ya desde el siglo IV los cristianos construyeron aquí una iglesia y un santuario, y aun hoy en día se pueden contemplar diversos elementos de esa primera basílica y varios mosaicos que representan la multiplicación de los panes y de los peces.

Pero hay en la Escritura un dato interesante. Además de los relatos de la Pasión, éste es el único milagro que nos refieren unánimemente los cuatro evangelistas, y esto nos habla de la gran importancia que atribuyeron desde el inicio a este hecho. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan incluso de dos multiplicaciones de los panes. Y los cuatro se esmeran en relatarnos los gestos empleados por Jesús en aquella ocasión: “Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos –dio gracias, nos dice san Juan—, los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente”.

Seguramente, los apóstoles descubrieron en estos gestos un acto simbólico y litúrgico de profunda significación teológica. Esto no lo adviertieron, por supuesto, en esos momentos, sino a la luz de la Última Cena y de la experiencia post-pascual, cuando el Señor resucitado, apareciéndose a sus discípulos, vuelve a repetir esos gestos como memorial de su Pasión, de su muerte y resurrección. Y, por tanto, también como el sacramento supremo de nuestra redención y de la vida de la Iglesia.

Año tras año, el Papa san Juan Pablo II escribió una carta pastoral dirigida a todos los sacerdotes del mundo con ocasión del Jueves Santo, día del sacerdocio y de la Eucaristía por antonomasia.

En la Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice que "La Iglesia vive de la Eucaristía”. Así iniciaba el Papa su meditación. “Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”. Y a continuación tratará de hacernos comprender, valorar y vivir esta afirmación inicial.

En efecto, la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia –y, por tanto, de cada uno de los bautizados— porque brotó del amor redentor de Jesucristo, la instituyó como sacramento y memorial de su Alianza con los hombres; alianza que es una auténtica redención, liberación de los pecados de cada uno de nosotros para darnos vida eterna, y que llevó a cabo con su santa Pasión y muerte en el Calvario. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Cristo sobre la cruz nos hablan de este mismo misterio.

El Sacrificio eucarístico es –recuerda el Papa, tomando las palabras del Vaticano II— “fuente y culmen de toda la vida cristiana”. Cristo en persona es nuestra Pascua, convertido en Pan de Vida, que da la vida eterna a los hombres por medio del Espíritu Santo.

San Juan Pablo II nos confiesó que, durante el Gran Jubileo del año 2000, tuvo la grandísima dicha de poder celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, en el mismísimo lugar donde la tradición nos dice que fue realizada por Jesucristo mismo la primera vez en la historia. Y varias veces trajó el Papa a la memoria este momento de gracia tan singular. El Papa sí valoró profundamente lo que es la Eucaristía. En el Cenáculo –nos recuerda el Santo Padre— “Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” (Eccl. de Euch., nn. 1-2).

Estos gestos y palabras consacratorias son las mismas que empleó Jesús durante su vida pública, en el milagro de la multiplicación de los panes. Si Cristo tiene un poder absoluto sobre el pan y su naturaleza, entonces también podía convertir el pan en su propio Cuerpo, y el vino en su Sangre.

Y decimos que la Eucaristía es el “memorial” de nuestra redención porque –con palabras del mismo Santo Padre— “en ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos”. Esto, precisamente, significa la palabra “memorial”. No es un simple recuerdo histórico, sino un recuerdo que se actualiza, se repite y se hace realmente presente en el momento mismo de su celebración.

Por eso –continuó el Papa— la Eucaristía es “el don por excelencia, porque es el don de sí mismo (de Jesucristo), de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.

Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos… Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención” (Eccl. de Euch., n. 11).

Ojalá, pues, que en esta fiesta del Corpus Christi, que estamos celebrando hoy, todos valoremos un poco más la grandeza y sublimidad de este augusto sacramento que nos ha dejado nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el maravilloso don de su Cuerpo y de su Sangre preciosa para nuestra redención: “Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”.

Que a partir de hoy vivamos con una fe mucho más profunda e intensa, y con mayor conciencia, amor y veneración cada Eucaristía, cada Santa Misa: ¡Gracias mil, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!


Preguntas o comentarios al autor  P. Sergio Cordova LC

4 abr 2017

Santo Evangelio 4 de Abril 2017


Día litúrgico: Martes V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados». 

Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.


«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy»
Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca 
(Valldoreix, Barcelona, España)


Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él. 

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?».

Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.

Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado



Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.


Por: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net 


Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.
- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.
- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.

Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.

Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.

- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.

Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:

- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.

Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.

- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.

Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.

Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.

Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:

- Ahora, ve a confesarte.

Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...

Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.

¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”

Amigo, nos encontramos en el Sagrario.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

3 abr 2017

Santo Evangelio 3 de Abril 2017



Día litúrgico: Lunes V (A y B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. 

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».


«Vete, y en adelante no peques más»
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)


Hoy contemplamos en el Evangelio el rostro misericordioso de Jesús. Dios es Amor, y Amor que perdona, Amor que se compadece de nuestras flaquezas, Amor que salva. Los maestros de la Ley de Moisés y los fariseos «le llevan una mujer sorprendida en adulterio» (Jn 8,4) y piden al Señor: «¿Tú qué dices?» (Jn 8,5). No les interesa tanto seguir una enseñanza de Jesús como poderlo acusar de que va contra de la Ley de Moisés. Pero el Maestro aprovecha esta ocasión para manifestar que Él ha venido a buscar a los pecadores, a enderezar a los caídos, a llamarlos a la conversión y a la penitencia. Y éste es el mensaje de la Cuaresma para nosotros, ya que todos somos pecadores y todos necesitamos de la gracia salvadora de Dios.

Se dice que hoy día se ha perdido el sentido del pecado. Muchos no saben lo que está bien o mal, ni por qué. Es lo mismo que decir —en forma positiva— que se ha perdido el sentido del Amor a Dios: del Amor que Dios nos tiene, y —por nuestra parte— la correspondencia que este Amor pide. Quien ama no ofende. Quien se sabe amado y perdonado, vuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull).

Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11). Dios perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más!

Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría



Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría

Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 


Nuestro corazón está herido por el pecado, nuestra mente vive dispersa en mil distracciones vanas, nuestra voluntad flaquea entre el bien y el mal, entre el egoísmo y el amor.

¿Quién nos salvará? ¿Quién nos apartará del pecado y de la muerte? Sólo Dios. Por eso necesitamos acercarnos a Él para pedir perdón.

Pero, entonces, "¿quién subirá al monte de Yahveh?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?" Sólo alguien bueno, sólo alguien santo: "El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura" (Sal 24,3-4).

Sabemos quién es el que tiene las manos limpias, quién es el que tiene un corazón puro, quién puede rezar por nosotros: Jesucristo.

Jesucristo puede presentarse ante el Padre y suplicar por sus hermanos los hombres. Es el verdadero, el único, el "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20). Es el auténtico "mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5), como explica el "Catecismo de la Iglesia Católica" (nn. 1544-1545).

Cristo es el único Salvador del mundo. De un modo personal, profundo, quiere ser, también, mi Salvador.

Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría. El altar recibe la Sangre del Cordero. El Sacerdote que ofrece, que se ofrece como Víctima, es el Hijo de Dios e Hijo de los hombres. El Padre, desde el cielo, mira a su Hijo, el Cordero que quita el pecado del mundo, el Sumo Sacerdote que se compadece de sus hermanos.

El pecado queda borrado, el mal ha sido vencido, porque el Hijo entregó su vida para salvar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79).

Podemos, entonces, subir al monte del Señor, acercarnos al altar de Dios, participar en el Banquete, tocar al Salvador.

Como en la Última Cena, Jesús nos dará su Cuerpo y su Sangre. Como a los Apóstoles, lavará nuestros pies, y nos pedirá que le imitemos: "Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). “Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).

Ese es nuestro Sumo Sacerdote, el Cordero que salva, el Hijo amado del Padre. A Él acudimos, cada día, con confianza: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.

Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hb 4,15-16).



Preguntas o comentarios al autor  P. Fernando Pascual LC

2 abr 2017

Santo Evangelio 2 de Abril 2017


Día litúrgico: Domingo V (A) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 11,1-45): En aquel tiempo, había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. 

Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo». Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba.

Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea». Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?». Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él». Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle». Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará». Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él». Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con Él». 

Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». 

Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama». Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde Él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?». Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería». Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?». 

Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado». Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!». Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar».

Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él.


«Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá»
Dr. Johannes VILAR 
(Köln, Alemania)


Hoy, la Iglesia nos presenta un gran milagro: Jesús resucita a un difunto, muerto desde hacía varios días. 

La resurrección de Lázaro es “tipo” de la de Cristo, que vamos a conmemorar próximamente. Jesús dice a Marta que Él es la «resurrección» y la vida (cf. Jn 11,25). A todos nos pregunta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). ¿Creemos que en el bautismo Dios nos ha regalado una nueva vida? Dice san Pablo que nosotros somos una nueva creatura (cf. 2Cor 5,17). Esta resurrección es el fundamento de nuestra esperanza, que se basa no en una utopía futura, incierta y falsa, sino en un hecho: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!» (Lc 24,34).

Jesús manda: «Desatadlo y dejadle andar» (Jn 11,34). La redención nos ha liberado de las cadenas del pecado, que todos padecíamos. Decía el Papa León Magno: «Los errores fueron vencidos, las potestades sojuzgadas y el mundo ganó un nuevo comienzo. Porque si padecemos con Él, también reinaremos con Él (cf. Rom 8,17). Esta ganancia no sólo está preparada para los que en el nombre del Señor son triturados por los sin-dios. Pues todos los que sirven a Dios y viven en Él están crucificados en Cristo, y en Cristo conseguirán la corona».

Los cristianos estamos llamados, ya en esta tierra, a vivir esta nueva vida sobrenatural que nos hace capaces de dar crédito de nuestra suerte: ¡siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza! (cf. 1Pe 3,15). Es lógico que en estos días procuremos seguir de cerca a Jesús Maestro. Tradiciones como el Vía Crucis, la meditación de los Misterios del Rosario, los textos de los evangelios, todo... puede y debe sernos una ayuda.

Nuestra esperanza está también puesta en María, Madre de Jesucristo y nuestra Madre, que es a su vez un icono de la esperanza: al pié de la Cruz esperó contra toda esperanza y fue asociada a la obra de su Hijo.

La oración más difícil, la que más nos cuesta...



La oración más difícil, la que más nos cuesta...

Dejar nuestras cosas a un lado, dejarlas por un momento y ponernos solo ante tu presencia, Señor.

Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 


A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...

¿Qué le falta a mi oración?

Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.

Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.

Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.

Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.

Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.

Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.

Preguntas o comentarios al autor   Ma. Esther de Ariño