17 sept 2017

El perdón cristiano es consecuencia del amor cristiano



EL PERDÓN CRISTIANO ES CONSECUENCIA DEL AMOR CRISTIANO

Por Gabriel González del Estal

1.- Pedro preguntó a Jesús: si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: no te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete. El perdón cristiano es, cualitativa y cuantitativamente, más que el perdón humano en general. Perdonar, humanamente hablando, es no devolver la ofensa al que me ha ofendido, superar la ley del talión, no devolver mal por mal. Perdonar, cristianamente hablando, es también amar cristianamente al que me ha ofendido, como Cristo nos amó, es decir, gratuitamente, generosamente, aunque no lo merezca. Esto no quiere decir que perdonar cristianamente sea olvidar la ofensa, o minusvalorar la ofensa del que me ha ofendido, o no querer que el que ofende injustamente no sea juzgado justamente. El perdón cristiano no es inhumano, es cristiano. Lo cristiano no anula lo humano, pero lo perfecciona, como hizo Cristo con la ley judía. El que perdona cristianamente no intenta sólo ser justo con su perdón, sino que quiere ser, además, misericordioso. El amor cristiano regala perdón, porque el perdón cristiano es la otra cara del amor cristiano. El rey de esta parábola, parábola con la que Jesús quiere hablarnos del Reino de los Cielos, perdonó no tanto por justicia, sino por compasión, porque “sintió lástima de aquel empleado”. Lo que Jesús reprocha a este empleado que fue cruel con el que le debía cien denarios, es que no tuviera compasión con el que le debía a él tan poco, cuando él, el Rey, le había perdonado compasivamente a él una cantidad mucho mayor. Es decir, que perdonar cristianamente es, como nos dice Jesús, perdonar de corazón, no sólo perdonar legalmente. El perdón cristiano es muy difícil de realizar y, a veces, puede parecernos imposible. Si no añadimos misericordia a la justicia, difícilmente sabremos perdonar cristianamente, porque, como hemos dicho, perdonar cristianamente es regalar perón al que me ha ofendido. Regalar algo al amigo resulta fácil, pero regalar algo al que se porta como mi enemigo no es fácil. Pero, en fin, si queremos ser buenos discípulos de Jesús debemos perdonar siempre cristianamente. Y, cuando nos resulte muy difícil perdonar de corazón al que nos ofende, recemos al menos por él, para que Dios le perdone.

2.- Perdona la ofensa de tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Esta frase del libro del Eclesiástico me recuerda la frase del Padre Nuestro, cuando pedimos a Dios que nos perdone nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Debemos entender bien el “como” de esta frase. No le pedimos a Dios que nos perdone de la misma manera y en la misma proporción como nosotros perdonamos; el perdón de Dios siempre ha de ser infinitamente superior al nuestro. Le pedimos que nos perdone porque también nosotros perdonamos. El perdón que nosotros damos al que nos ofende es condición previa para que Dios nos perdone a nosotros. Si nosotros perdonamos, Dios nos perdona. En este libro del Eclesiástico esta idea está muy clara: Del vengativo se vengará el Señor. Perdona la ofensa de tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Cuando recemos, pues, el Padre Nuestro, perdonemos de corazón, cristianamente, a todos los que nos han ofendido a nosotros, con la seguridad de que Dios nos perdonará. Estemos seguros, con palabras del salmo 102, de que Dios perdona todas nuestras culpas… no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas, porque El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

3.- En la vida y en la muerte somos del Señor. No somos de nosotros mismos, ni para nosotros mismos, olvidando al prójimo y olvidando al Señor. El egoísta que sólo se preocupa de sí mismo no puede ser nunca un buen cristiano. San Pablo lo tenía muy claro: Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. Somos del Señor y esta es nuestra mayor grandeza. Debemos ser del Señor en pensamientos, palabras y obras. Sólo Dios es nuestro único Señor; los demás son nuestros hermanos. “Al Señor adorarás y a él sólo servirás”. Todo lo demás: personas, dinero, poder… sólo nos servirán si nos sirven para amar más a Dios y ser sus hijos. Vivamos en esta vida para Dios y estemos seguros que después de esta vida seremos para siempre del Señor.

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