11 ago 2017

Quien confía en Dios nunca queda defraudado. Dios nos comprende siempre, nos quiere, lo puede todo



Cara y cruz de la Oración

Quien confía en Dios nunca queda defraudado. Dios nos comprende siempre, nos quiere, lo puede todo


Por: Máximo Alvarez | Fuente: Catholic.net 


Hay momentos en la vida en los que uno necesita hablar con alguien, compartir una alegría o una pena, pedir ayuda o sencillamente buscar que alguien nos escuche. Rezar significa buscar en Dios ese interlocutor que nos hace falta, esa persona que nos eche una mano. Y son muchas las veces que por estos motivos nos acordamos de Dios. La diferencia de hablar con Dios respecto de hacerlo con otras personas está en que Dios nos comprende siempre, nos quiere, lo puede todo, inspira confianza.

Pero no han faltado quienes sostienen que Dios es una invención del hombre, una especie de engaño o ilusión para calmar la angustia y el sufrimiento. En alguna parte he visto anunciado un libro titulado "Orar después de Freud". Me temo que apunta en esta dirección. Por eso, aunque lo normal es que uno de los frutos de la oración sea la paz, la calma, la esperanza, también al hombre que reza le pueden asaltar algunas dudas.

Por ejemplo, el pensar cómo Dios puede querer y amar y estar pendiente de miles de millones de personas a la vez, de todo ese hormiguero inmenso que es la humanidad, de los que viven en la actualidad y de los que han vivido desde la aparición del hombre. Se supone que para Dios todos son importantes. Pero parece difícil que pueda comunicarse simultáneamente con todos.

Otro sentimiento que puede tener quien se dirige a Dios para pedirle ayuda es el siguiente: en este mismo instante hay personas que lo están pasando muy mal, un accidente de tráfico que acaba de ocurrir, un enfermo que no soporta los dolores, un prisionero o secuestrado que suspira por su libertad, alguien que se está muriendo de hambre. ¿Cómo me atrevo yo a pedirle a Dios a esta pequeña ayuda mientras otros necesitan mucho más y no obtienen respuesta?

La oración debe ser un remanso de paz, pero uno puede preguntarse cómo es posible sentir esa tranquilidad, mientras otros viven en ese mismo instante, también ante Dios, que lo tiene todo presente, una situación dramática y angustiosa. En este sentido nuestra oración sincera debe llevarnos a ser solidarios con los que sufren.

Podríamos añadir un motivo más para el desconcierto: el hecho de estar suplicando y pidiendo a Dios ayuda y no ver respuesta ni solución. Ello puede llevarnos a la duda y a la desconfianza, a sumirnos más en la desesperanza.

Todas estas actitudes y otras parecidas del hombre que ora aparecen reflejadas en la Biblia. Así por ejemplo en el Libro de Job (quien a pesar de su fe en Dios se encuentra lleno de desdichas), en los Salmos y también en la oración de Jesús. El "Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz" o el "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" son muestras de esa otra cara (o cruz) de la oración.

A pesar de todo merece la pena orar sin desaliento. Como la luz del sol que llega a todos los humanos, así Dios llega a cada uno de nosotros en la medida de nuestra necesidad. Ni de día ni de noche, haga frío o calor, pierde el sol un ápice de luz o de temperatura. Y no hay invierno, por crudo que sea, que no dé paso a la primavera y al verano.

Si hasta los grandes místicos tuvieron sus noches oscuras del alma y sus enormes sufrimientos, nada tiene de extraño que nosotros también podamos experimentar parecidas sensaciones a la hora de comunicarnos con Dios. En todo caso no deben llevarnos al desánimo sino más bien a tener presente que, a pesar de todo, la experiencia dice que merece la pena orar y confiar plenamente en el Señor. En realidad quien confía en Él nunca queda defraudado. La filosofía popular no nos engaña cuando nos recuerda que "Dios aprieta, pero no ahoga" o que "Dios escribe derecho con renglones torcidos".. Y siguiendo con el refranero podemos tener encuenta aquello de "A Dios rogando y con el mazo dando".

Alguien ha dicho que la oración siempre es útil, incluso aunque Dios no existiera, porque el que ora de alguna manera ya se está desahogando, liberando una tensión; y al mismo tiempo el que pide algo es que tiene la esperanza de encontrar respuesta y de alguna manera ello le lleva también a poner algo de su parte para alcanzar la solución. Si, además, podemos afirmar que Dios es Padre todopoderoso, nos sobran razones para orar sin desfallecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario