11 abr 2015

Santo Evangelio 11 de Abril de 2015


Día litúrgico: Sábado de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Mc 16,9-15): Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».


Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
María Magdalena (...) fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, (... pero) no creyeron

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos; no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos alguna vez, por un bien ilusorio, del peor oropel. En segundo lugar, aunque frecuentemente estamos tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios, ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13).

Afirmado todo esto, no puede sorprendernos la conducta de los discípulos. Han conocido personalmente a Jesús, le han apreciado los dotes de mente, de corazón, las cualidades incomparables de su predicación. Con todo, cuando Jesucristo ya había resucitado, una de las mujeres del grupo —María Magdalena— «fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos» (Mc 16,10) y, en lugar de interrumpir las lágrimas y comenzar a bailar de alegría, no le creen. Es la señal de que nuestro centro de gravedad es la tierra.

Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la Resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de ellos mismos. Hemos pecado, ¡sí! Le hemos traicionado, ¡sí! Le hemos celebrado una especie de exequias paganas, ¡sí! De ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos golpeado el pecho, lancémonos a los pies, con la cabeza bien alta mirando arriba, y... ¡adelante!, ¡en marcha tras Él!, siguiendo su ritmo. Ha dicho sabiamente el escritor francés Gustave Flaubert: «Creo que si mirásemos sin parar al cielo, acabaríamos teniendo alas». El hombre, que estaba inmerso en el pecado, en la ignorancia y en la tibieza, desde hoy y para siempre ha de saber que, gracias a la Resurrección de Cristo, «se encuentra como inmerso en la luz del mediodía».

© evangeli.net M&M Euroeditors 

San Estanislao, Obispo y Mártir, 11 de Abril

11 de abril

SAN ESTANISLAO, OBISPO Y MÁRTIR

(† 1080)


San Estanislao, nació en Szczepanow, cerca de Cracovia el día 26 de julio de 1030. Fue hijo único. Su nacimiento puede considerarse como un prodigio, pues vino al mundo después de treinta años de casados sus padres.

 Los padres, Wielislaw y Bogna, de noble alcurnia, llevaban vida austera y piadosa, siendo muy estimados por sus grandes virtudes.

 En el hogar paterno Estanislao recibió una esmerada cultura, tanto moral como intelectual; sus estudios superiores los realizó en Cracovia y en París.

 Fue ordenado sacerdote por el obispo de Cracovia, Lamberto, siendo elegido sucesor de esta sede el día 2 de febrero de 1072. Gobernó valientemente la diócesis durante ocho años, al cabo de los cuales fue martirizado.

 El día 17 de septiembre de 1253 quedó canonizado en Asís por el papa Inocencio IV. El papa Clemente VIII extendió su culto para toda la Iglesia en el año 1605.

 La muerte de San Estanislao en el pensamiento polaco significa lo mismo que la muerte de los valores con los cuales él vivía, por los que luchaba y por los que murió como mártir. Con la muerte de estos valores desaparecía también Polonia; por el contrario, con el desarrollo de estas virtudes se reavivaron las almas de los polacos, y sus méritos colmaban la nación de beneficios especiales.

 Esta idea tan acertada —es un lema de la existencia de Polonia— y de actualidad siempre en la vida del pueblo polaco, el papa Pío XII la subrayó en una carta dirigida al cardenal primado de Polonia, monseñor Esteban Wyszynski, el día 16 de julio de 1953.

 No cabe duda. La figura del Santo constituye para todo el pueblo polaco, en su marcha histórica, ideológica y natural, un magnífico ejemplar y seguro guía.

 Por otra parte, la grandeza de San Estanislao consiste en saber vivir y realizar el ideal de nuestra religión, tantas veces subrayado por San Pablo: christianus sum. Este ideal le hizo hombre de gran virtud, fundada en la confianza en Dios, que por honrarle, por la religión verdadera, por la justicia, por la libertad y salvación de su pueblo, llegaba a despreciar todas las penas, dificultades, cruces y sufrimientos, guardando siempre en los momentos más importantes y duros de su vida el equilibrio de su espíritu, su fervorosa piedad y un alma inquebrantable.

 No es cierto que San Estanislao fuera un hombre duro y de un temperamento rencoroso y terco que le llevara al conflicto con el rey Boleslao y, en consecuencia, a la muerte. Es una opinión falsa y sin fundamento, porque los motivos de su actuación que causaron su martirio eran altamente cristianos, dignos de un obispo católico.

 El primer biógrafo y famoso historiador polaco, Jan DIugosz, confirma esta opinión diciendo: "Estanislao era de carácter dulce y humilde, pacífico y púdico; era muy cuidadoso en reprimir sus propias, faltas antes de hacerlo con sus prójimos; era un alma que jamás mostró soberbia ni se dejó llevar por la ira, muy atento, de naturaleza afable y humano, de gran ingenio y sabiduría, y dispuesto siempre a ayudar a quien necesitaba ayuda alguna. Odiaba la adulación e hipocresía, mostrándose siempre sencillo y de corazón abierto".

 En una palabra, el obispo de Cracovia era un hombre serio, templado y de verdadera santidad.

 Todo lo contrario le ocurría al rey polaco Boleslao. Era un gran guerrero, muy valiente y audaz; pero también era figura de grandes vicios y de muy débil voluntad, defectos que le oscurecieron la inteligencia y le llevaron a la mayor catástrofe de su vida. Agravaron esta situación suya los éxitos políticos y militares, hasta tal punto que en su soberbia Boleslao llegó a creer que a él, el rey, le estaba permitido todo; su conducta se manifestó entonces totalmente amoral, dando paso a sinnúmero de crueldades y abusos que clamaron al cielo.

 San Estanislao, viendo un mal tan grande y pecados tan notorios, no pudo quedarse tranquilo; callar en esta situación significaba lo mismo que aprobar la conducta del rey. Decidió entonces intervenir. Varios eran los motivos que tenía San Estanislao para amonestar al soberano. En primer lugar era el obispo de la capital de Polonia, vivía cerca de la corte del rey, era el obispo de la Iglesia de Cristo, que no podía quedarse mudo frente a un pecador público; era un cristiano que debía amonestar a un hermano suyo que estaba errando. Además, Estanislao era un alto dignatario de la Corona y por esto quería demostrar su disconformidad con los tímidos cortesanos.

 Sin embargo, la empresa no era fácil ni sin grandes peligros, pues Gallus Anonimus, la auténtica historia polaca de aquella época, llama al rey Boleslao "rex ferox". Se debía, por tanto, emplear la máxima prudencia.

 San Estanislao, en el cumplimiento de este deber suyo, se mostró a su debida altura. Amonestaba al rey pidiendo y rogándole que cambiase su postura, que frenase su inmoralidad, el terror y toda la ilegalidad. Actuaba paternal y pacíficamente, sin ira y sin faltar al respeto a un soberano.

 Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron vanos. Según Jan Dlugosz, el efecto era contrario. El rey, en vez de prestar atención a los consejos de su obispo, se llenaba de furia y contestaba con amenazas, olvidándose de su propio honor. Boleslao no quiso ver en la persona del obispo de Cracovia sino a un audaz enemigo que se atrevía a reprimir al rey. En consecuencia, la justa postura del obispo de Cracovia quedó juzgada falsamente y, herido el corazón del rey, decidió su muerte. Aprovechando la ocasión de que el obispo celebraba una misa en las afueras de la ciudad, en la iglesia llamada "Na Skalce”, invadió el templo con su cuadrilla y le mató personalmente durante el santo sacrificio.

 La leyenda que siempre acompaña a hechos tan extraordinarios dice que el rey se detuvo ante la puerta de la misma iglesia, mandando entrar a sus soldados y dar la muerte al santo obispo. Estos, intentando cumplir la orden, tres veces llegaron hasta el altar y tres veces, aterrorizados por el miedo, huyeron del templo. Fue entonces cuando el furibundo rey penetró y, yéndose hasta el altar, personalmente mató al ilustre prelado. Cometido el crimen, mandó sacar el cadáver fuera de la iglesia y machacarlo con las espadas.

 Satisfecho de su éxito dejó los restos a la intemperie para que fueran pasto de las fieras. Sin embargo, era Dios mismo, prosigue la leyenda, quien se preocupó por estos santos restos mortales de un obispo mártir. En el lugar del sacrilegio aparecieron cuatro grandes águilas reales que volaron sobre estas reliquias durante el tiempo que tardó en integrarse el cuerpo de nuevo y hasta que Ilegaron los sacerdotes para recogerlo.

 Esta leyenda tiene mucha aceptación en Polonia, pues su símbolo profético era, y es, muy vivo. La maldad desmembró el cuerpo del obispo Estanislao, la santidad lo unió milagrosamente de nuevo. En la vida histórica de la nación varias veces la maldad desmembró a Polonia, pero era la santidad, la penitencia del pueblo, sus sacrificios y la perseverancia en sus altos valores lo que unía a Polonia de nuevo y la resucitaba. Siempre que Polonia defendía el reinado de Dios, la Verdad, la justicia y el bien de las almas era nación grande e invencible; si traicionaba estos valores caía desmembrada.

 Los amigos del rey justificaban al soberano divulgando que el castigo era justo porque el obispo de Cracovia era un traidor. Hoy día esta canción la cantan también los enemigos de Polonia. Y surge la pregunta: ¿A quién debía obedecer el obispo de Cracovia? ¿A Dios o al rey? ¿Debía, acaso, traicionar su fe y a su Dios y servir a un rey que ha traicionado todo? San Estanislao se mostró un obispo intrépido, un magno defensor de los derechos de Dios, de la moral y de la justicia. He aquí su gloria y su ejemplo para todos los cristianos.

 Dios, justo y santo, honró esta postura, pues tanto durante su vida como después de su muerte muchos milagros —el proceso de canonización revisó 36 de primera clase— glorificaron la santidad de este intrépido obispo de Cracovia.

 San Estanislao era uno de estos seres a quienes Dios, queriendo manifestar su omnipotencia, y para que sirvan de ejemplo a los demás hombres, les concede bienes sobrenaturales, con el fin de que, por ellos, la verdad de la fe y de la religión brille para la salvación y confortación de los creyentes.

 MARIANO WALORECK

10 abr 2015

Santo Evangelio 10 de Abril de 2015

Día litúrgico: Viernes de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.


Comentario: Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
Ésta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos

Hoy, Jesús por tercera vez se aparece a los discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarle. Es lógico que, si era pescador antes de seguir a Jesús, continúe siéndolo después; y todavía hay quien se extraña de que no se tenga que abandonar el propio trabajo, honrado, para seguir a Cristo.

¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (...) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).

El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.

Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (...) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (...) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».

Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.

© evangeli.net M&M Euroeditors 

San Ezequiel, profeta, 10 de Abril

10 de abril
 
SAN EZEQUIEL, PROFETA

 (Antiguo Testamento)
 
 El último tercio del siglo VII a. de J. C. es decisivo para la suerte del minúsculo reino de Judá. Asiria ha sido suplantada por el imperio naciente caldeo. Nínive cae en el 612 a. de J. C., y con la gran ciudad se cierra para siempre el ciclo histórico del colosal imperio asirio. El nuevo orden de cosas se estructura bajo la mano férrea del conquistador Nabucodonosor. Primeramente como generalísimo de los ejércitos caldeos atraviesa Palestina en persecución del faraón Necao II. Después, el 605, sube al trono y trata de consolidar las conquistas de su padre Nabopolosar. Una de las regiones recalcitrantes es Palestina, que con Siria y Transjordania busca el medio de sacudir el pesado yugo babilonio. Egipto excita los sentimientos nacionalistas de estos pueblos, sometidos antes a su órbita política. En Jerusalén, después de la muerte trágica del piadoso rey Josías en la batalla de Megiddo (609 a. de J. C.), reina un hijo de éste, por nombre Joaquim, el cual, al principio, procura halagar al coloso babilonio, pero termina por unirse en una coalición de pequeñas potencias contra Nabucodonosor. El profeta Jeremías había dado la voz de alerta, predicando la sumisión a Babilonia, pero en vano. En el 598 los babilonios ponen cerco a Jerusalén, la capital de Judá, que termina por capitular. El precio del desastre es la deportación de una gran parte de la población judía, entre ellos el propio rey Jeconías, hijo de Joaquim, muerto durante el asedio, y un joven llamado Ezequiel, que iba a ser el profeta del exilio. La vida de los desterrados no era dura, pues se les reconocían ciertas libertades, pero la nostalgia de la patria y del templo de Jerusalén nublaba sus ilusiones. No podían creer que Dios les hubiera abandonado definitivamente. Formaban parte del pueblo de las promesas, y Yahvé no permitiría que la catástrofe total de su pueblo se consumase. Siglo y medio antes había permitido la desaparición del reino israelítico del Norte, cuya capital era Samaria, pero Jerusalén significaba demasiado en la historia del pueblo elegido para que sufriera la misma suerte. Yahvé habitaba en Jerusalén y, por tanto, no podía permitir que los enemigos de Judá destruyeran el lugar de su morada. justamente un siglo antes las tropas de Senaquerib tuvieron que abandonar el asedio de la ciudad santa por una intervención milagrosa del ángel de Yahvé. Ahora habría de repetirse el mismo prodigio, Tal era el modo de pensar de los exilados. Ezequiel, como enviado de Yahvé para consolar a los desterrados, no participa de las ideas de sus compatriotas. Jerusalén será tomada por los caldeos y totalmente destruida con su santo templo. Tal es la triste realidad que deben aceptar los exilados, y de ahí la ingrata misión del profeta ante sus connacionales. Para éstos será un pesimista, un derrotista, que no comprende los altos designios del pueblo hebreo. Ezequiel, pues, tendrá que continuar la labor del sufrido e incomprendido Jeremías. Ha llegado la hora del castigo divino para el pueblo israelita pecador, y no cabe sino aceptar con espíritu de compunción y humildad los designios punitivos de Yahvé. Después vendrá el desquite, la resurrección nacional, la repatriación de los exilados y la inauguración de la comunidad teocrática de los tiempos mesiánicos.

La misión profética de Ezequiel tenemos que dividirla, pues, en dos etapas históricas: antes y después de la destrucción en Jerusalén por los caldeos (598 a. de J. C.). De un lado tiene que hacer frente al falso optimismo —hijo de la presunción— de los exilados, que no creen en la destrucción de la ciudad santa, y por otro, cuando ya la catástrofe se ha consumado, debe levantar los ánimos deprimidos, dando esperanzas luminosas sobre un porvenir mejor. Sus compatriotas desterrados creían que Yahvé se había excedido en el castigo, al menos les había hecho cargar con los pecados de sus antepasados. “¡Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la dentera!" Este es el grito unánime de protesta de los exilados ante Ezequiel, el centinela de Yahvé. El profeta tiene que demostrar que Dios ha sido justo en el castigo, y que éste no tenía otra finalidad sino purificar a su pueblo moralmente para prepararle a una nueva etapa gloriosa nacional. Yahvé no había abandonado a su pueblo, sino que estaba con los exilados para protegerlos. La visión inaugural, en la que aparece Yahvé lleno de majestad en su carro triunfal escoltado por los querubines, simboliza la especial providencia que tiene sobre el pueblo exilado, pues se ha trasladado a Mesopotamia para ayudarles y alentarles en el exilio.

Ezequiel era de la clase sacerdotal y desde el punto de vista profético inaugura una nueva etapa en Israel. Sus oráculos difieren también desde el punto de vista literario de los tradicionales preexílicos, tal como aparecen en Amós, Oseas, Isaías y Jeremías. Les falta el frescor y sencillez de éstos, y, por otra parte, se dan la mano con la literatura apocalíptica que va a pulular en la época tardía del judaísmo. Se le ha llamado "profeta de gabinete" en el sentido de que sus escritos resultan demasiado artificiales en comparación con los de sus predecesores. Sin embargo, no se debe exagerar la nota de artificialidad. Ezequiel se halla en una encrucijada histórica, y su personalidad está cabalgando sobre dos épocas: la correspondiente a los últimos años de la monarquía judía y la exílica, con sus implicaciones de cambio de ambiente geográfico y ruptura de tradiciones seculares. Su misión fue la de salvar la crisis de conciencia nacional que siguió a la caída de la monarquía, orientándola hacia una nueva era teocrática de esplendor y triunfo definitivo. Por otra parte, para entender sus escritos debemos tener en cuenta que Ezequiel tenía un temperamento de visionario. Sus enseñanzas, en parte, están expresadas en un lenguaje simbólico, a veces difícil de entender. Tal es la oscuridad de sus visiones que los rabinos no permitían se leyera su libro antes de haber cumplido los treinta años. En el Talmud se dice que el rabino Hanaías gastó trescientos recipientes de aceite estudiando y dilucidando las páginas misteriosas de Ezequiel para que la Sinagoga no lo declarara libro apócrifo.

Una característica de la predicación de Ezequiel es su predilección por las acciones simbólicas o parábolas en acción. Antes de él varios profetas como Oseas y Jeremías habían representado plásticamente sus oráculos en acciones simbólicas para causar mayor impresión en un auditorio de temperamento oriental imaginativo. Al igual que Isaías, Ezequiel se considera personalmente como un "sino para la casa de Israel", viendo en sus propias experiencias personales un sentido profético para su pueblo. Así, para significar los años de la cautividad de Israel y de Judá, se somete a una inmovilidad, acostándose ciento noventa días del lado izquierdo y cuarenta del derecho (4, 4-7). Para significar el hambre que los ciudadanos de Jerusalén han de sufrir durante el asedio, el profeta debe alimentarse de una mezcla racionada de trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y avena, lo que resultaba abominable para un judío, que quería vivir según la Ley mosaica (4, 9-10). Con ocasión de la muerte de su esposa debe abstenerse totalmente de manifestaciones de duelo para simbolizar la actitud de conformidad que deben adoptar los exilados al tener noticias de la destrucción de Jerusalén (24, 15-24). Un día recibe una orden extraña de parte de Yahvé: "Tú, hijo de hombre, dispón tus trebejos de emigración y sal de día a la vista de los exilados... Saca tus trebejos, como trebejos de camino, de día, a sus ojos, y parte por la tarde a presencia suya, como parten los desterrados. A sus ojos horada la pared y sal por ella, llevando a sus ojos tus trebejos, y te los echas al hombro, y sales al oscurecer, cubierto el rostro y sin mirar a la tierra, pues quiero que seas pronóstico para la casa de Israel (12, 3-5). Su huida por la brecha de la pared horadada de su casa debía simbolizar la huida del rey Jeconías, que se escapará por las brechas de las murallas de Jerusalén para huir de los asaltantes caldeos.

Su existencia personal, pues, se confundía con su misión profética ante sus compatriotas desterrados. Por orden divina tiene que encerrarse a temporadas en un mutismo absoluto (3,26.24.27). Todos los detalles de su vida tienen proyección profética en orden a la comunidad de exiliados.

Otra característica de sus escritos es el elemento visionario. Ya en su primera presentación como profeta a la comunidad exilada Ezequiel describe una grandiosa visión que iba a ser clave en su teología:

"El año quinto de nuestra cautividad (593 a. de J. C.), estando yo entre los cautivos en la orilla del río Quobar, se abrieron los cielos... y fue sobre mí la mano de Yahvé. Miré y vi venir de la parte del septentrión un nublado impetuoso, una nube densa, en torno de la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición. En el centro de ella había semejanza de cuatro animales vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían semblante de hombre, pero cada uno tenía cuatro aspectos y cada uno cuatro alas. Sus pies eran derechos y la planta de sus pies era como la planta del toro. Brillaban como bronce en ignición. Por debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre, todos cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas, que se tocaban las unas con las del otro. Al moverse no se volvían para atrás, sino que cada uno iba cara adelante. Su aspecto era éste: de hombre por delante los cuatro, de león a la derecha los cuatro, de toro a la izquierda los cuatro, y de águila por detrás los cuatro. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto, dos se tocaban la del uno con la del otro, y dos de cada uno cubrían su cuerpo... Había entre los vivientes fuego como de brasas, encendidas cual antorchas, que discurrían por entre ellos, centelleaban y salían rayos... Sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza de firmamento, como de cristal... y por debajo del firmamento estaban tendidas sus alas, que se tocaban dos a dos... Sobre el firmamento que estaba sobre sus cabezas había una apariencia de piedra de zafiro a modo de trono, y encima una figura semejante a hombre que se erguía, y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía... como el arco que aparece en las nubes en día de lluvia" (c.1).

La majestad de Yahvé aparecía sobre un carro triunfal tirado por seres que eran los reyes del mundo de los vivientes: el hombre, el león, el toro y el águila. Sintetizaban toda la creación que servía de trono al Creador, que iba a visitar a los exilados a Mesopotamia, La comunidad de los exilados no habría de estar desamparada de su Dios. El pueblo judío resucitaría un día para organizarse como pueblo. Su actual estado de postración nacional era pasajero, y un castigo purificador a sus infidelidades. Es la lección de otra visión apocalíptica:

"Fue sobre mí la mano de Yahvé, y llevóme Yahvé fuera, en medio de un campo que estaba lleno de huesos. Hízome pasar por cerca de ellos, y vi que eran sobremanera numerosos sobre la haz del campo, y enteramente secos. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor Yahvé, Tú lo sabes. Y Él me dijo: Hijo de hombre, profetiza a estos huesos y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Yahvé. Así dice Yahvé: Voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis, y pondré sobre vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel, y os infundiré espíritu, y viviréis... Entonces profeticé yo como se me mandaba, y a mi profetizar se oyó un ruido, y hubo un agitarse y un acercarse huesos a huesos. Miré y vi que vinieron nervios sobre ellos, y creció la carne, y los cubrió la piel, pero no había en ellos espíritu. Profeticé, y entró en ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron de pie, un ejército grande en extremo. Dijo Yahvé: Esos huesos son la entera casa de Israel."

Nada más plástico para anunciar a sus compatriotas exilados la esperanza de una resurrección nacional cierta en los designios divinos. Lejos de dejarse llevar por la desesperación deben orientar sus pensamientos hacia una era venturosa de resurrección nacional; es la hora de la teocracia mesiánica. Los exilados volverán a la patria, y ésta será equitativamente dividida entre las tribus. En el centro geográfico estará el templo y a su lado los sacerdotes y levitas juntamente con el príncipe. Toda la nueva tierra de promisión será feracísima porque saldrá del templo un torrente que regará hasta la zona desértica del mar Muerto, Las aguas de éste se verán pobladas de peces, y una frondosidad edénica de árboles que darán doce frutos al año bordeará sus riberas:

"Y vi que desde el umbral del templo brotaban aguas, que descendían del mediodía del altar... y vi que las aguas salían del lado derecho... y me hizo atravesar las aguas; llegaban hasta los tobillos; midió mil codos, y llegaban hasta las rodillas; midió otros mil codos, llegaban hasta la cintura. Midió otros mil, y era ya un río que me era imposible atravesar, porque las aguas habían crecido de manera que no se podía pasar a nado... Y vi que de una y otra orilla había muchos árboles... Las aguas van a la región oriental y desembocarán en el mar, en aquellas aguas pútridas, y éstas se sanearán, y todos los vivientes que nadan en las aguas vivirán, y el pescado allí será abundantísimo... En las orillas del río se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán y cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas medicinales..." (c.47).

Al lado de esta visión sobre el futuro de Israel como colectividad nacional, Ezequiel destaca el sentido de responsabilidad individual. Se le ha saludado como el campeón del individualismo en el Antiguo Testamento. En adelante, y en el nuevo orden de cosas, ya no correrá el proverbio: "Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la dentera"; sino que cada uno será castigado sólo por sus pecados. Antes del exilio al individuo se le consideraba sobre todo como miembro de la comunidad israelita, responsable de los méritos y deméritos de ésta. Después del castigo purificador de la cautividad se organizará una nueva sociedad en la que las responsabilidades individuales serán más aquilatadas y la justicia será la norma de la nueva vida social e individual.

Ezequiel ha sido el instrumento de Dios para salvar la crisis de conciencia surgida al derrumbarse la monarquía israelita. Durante veinte años (593-573) desplegó una amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de sus compañeros de infortunio. No sabemos nada sobre su muerte, pero su personalidad profética y literaria dejó una profunda huella en la historia de los judíos, como modelador de un nuevo tipo religioso, surgido en horas de desgracia y desesperanza general, En el panegírico dedicado por el autor del Eclesiástico a los antepasados gloriosos de Israel se dice de nuestro profeta: "Ezequiel vio en visión la gloria que el Señor le mostró sobre el carro de los querubes, e hizo mención de Job, el profeta, que perseveró fiel en los caminos de la justicia". La tradición rabínica Posterior le reservó un lugar preferente en el aprecio de los grandes personajes del Antiguo Testamento.

MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, O. P.

9 abr 2015

“Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme...”



“Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme...”

El evangelista Mateo narra que Cristo, tomando con él a Pedro, Santiago y a Juan, se transfiguró delante de ellos. Su rostro quedó resplandeciente como la luz y sus vestido blancos como la nieve. Pero ellos, no pudiendo soportar esta visión, cayeron de bruces. (Mt 17,1ss) Para conformarse plenamente al plan divino, el Señor Jesús, en el Cenáculo apareció todavía bajo el aspecto que tenía antes, y no según la gloria que le era connatural y que correspondía al templo de su cuerpo transfigurado. No quería que la fe en la resurrección condujera hacia otro aspecto y hacia un cuerpo diferente del cuerpo asumido en la encarnación en la Virgen y que fue muerto en la cruz, según las Escrituras. En efecto, la muerte no tenía poder más que sobre la carne de la que iba a ser echada fuera. Porque, si su cuerpo muerto no resucitara ¿cuál sería la muerte vencida?...No podía ser ni solamente el alma, ni un ángel, ni siquiera únicamente el Verbo de Dios... 


    Por lo demás, cualquiera que sea sensato, contará el hecho de entrar el Señor con las puertas cerradas, como prueba de su resurrección. Saluda a sus discípulos con estas palabras: “Paz a vosotros” mostrando así que él mismo es la paz. Ellos reciben, por su presencia, un espíritu pacificado y tranquilo. Esto es, sin duda, lo que San Pablo desea a sus fieles cuando dice: “La paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Flp 4,7)



San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia 

Santo Evangelio 9 de Abril de 2015



Día litúrgico: Jueves de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. 

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».


Comentario: Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)
La paz con vosotros

Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad.

Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’».

La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz.

«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en historia de salvación.

© evangeli.net 

Celestina (Catalina) Faron, Beata Religiosa; Virgen y Mártir, 9 de abril


Celestina (Catalina) Faron, Beata
Religiosa; Virgen y Mártir, 9 de abril

Religiosa y Mártir

Martirologio Romano: En el campo de concentración de Oswiecim o Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia, beata Celestina Faron, virgen de la Congregación de las Pequeñas Siervas de la Inmaculada Concepción y mártir, la cual, al ser ocupada militarmente Polonia durante la guerra, fue encarcelada por la fe de Cristo y, agotada por las privaciones, alcanzó la gloriosa corona († 1944). 

Etimológicamente: Celestina = Aquella caída del cielo, es de origen latino.

Fecha de beatificación: 13 de junio de 1999 por el Papa Juan Pablo II.

Katarzyna (Catalina en castellano o Caterina en italiano) Faron, nacida en Zabrzez, Polonia, el 24 de abril de 1913, forma parte del grupo de mártires del nazismo.

Ofreció su vida por la conversión de un sacerdote.

Arrestada por la Gestapo fue condenada a trabajos forzados en el campo de concentración de Auschwitz. Afrontó heróicamente el sufrimiento, muriendo el día de Pascua del año 1944.

La joven religiosa fue beatificada por S.S. Juan Pablo II en Polonia, el 13 de Junio de 1999 junto con otros 107 mártires y a Edmundo Bojanowski fundador de la Congregación a la que ella pertenecía: Las Pequeñas Siervas de la Inmaculada Concepción y en la que tomó el nombre de Celestina.

8 abr 2015

La Pascua es lo más grande de nuestra fe



La Pascua es lo más grande de nuestra fe

¿Podemos decir que nuestra Pascua ha sido 

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
Estamos en la Pascua, la Pascua Florida. Llegó con el Domingo de Resurrección.

Los vacacionistas regresaron..... otros lamentablemente no volverán. Salieron felices y animosos pero ya no hubo regreso. Los recordamos y pedimos por ellos.

La Pascua es el Misterio más grande de nuestra fe. Cristo ha resucitado y la Muerte quedó vencida porque su Resurrección la mató. San Agustín nos dice: - "Mediante su Pasión, Cristo pasó de la muerte a la vida. La Pascua es el paso del Señor"

Ya dejamos atrás los días de Pasión y muerte. Seguiremos venerando la cruz que fue el medio que nos hizo cruzar a la otra orilla de luz y de vida eterna. Sin cruz.... no se llega. No se alcanza la resurrección. ¡Cristo resucitó y su tumba quedó vacía!

Volvemos a los días de trabajo, a la rutina... ¿qué ha dejado este paso de Dios en nuestras almas? ¿Podemos decir que nuestra Pascua ha sido "hacia adentro", que hemos sentido que el Señor ha pasado y ha dejado alguna huella de su resurrección en nuestra vida?

Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?...

Dios es Omnipotente y puede hacerlo Todo, pero... "no puede" obligarnos a tener un corazón arrepentido. Nos deja en libertad para amarlo o para ofenderlo, para querer estar unidos a El o para olvidarlo y esa libertad es tan traicionera que nos puede DAR o QUITAR el derecho a nuestra propia y gloriosa resurrección. Porque resucitar eso si, lo haremos todos. Ya que así lo decimos y creemos en nuestro Credo - creo en la resurrección de los muertos.

Lo que hemos vivido estos días no puede pasar sin dejarnos algo, sin dejarnos una huella en el alma, ahora que proseguimos el camino de nuestro quehacer de siempre.

Cristo resucitó y los apóstoles, uno a uno, dieron su vida por esta VERDAD que deslumbra.
Pedro comió y bebió con Jesús después de su Resurrección, Tomás metió sus dedos en las llagas del Cristo resucitado y Pablo nos recuerda que si hemos resucitado con Cristo por el Bautismo, debemos de vivir la nueva vida en espera de su regreso y tenemos el compromiso de llevar por el mundo la palabra de Dios.
 

Santo Evangelio 8 de Abril de 2015



Día litúrgico: Miércoles de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 

Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. 

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.


Comentario: P. Luis PERALTA Hidalgo SDB (Lisboa, Portugal)
¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Hoy el Evangelio nos asegura que Jesús está vivo y continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en este contexto eclesial —en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios, en el amor compartido en gestos de fraternidad y de servicio— que los discípulos pueden realizar la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. 

Los discípulos cargados de tristes pensamientos, no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Pero sentían «arder» su corazón (cf. Lc 24,32), cuando Él les hablaba, «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra disipaba la dureza de su corazón y «sus ojos se abrieron» (Lc 24, 31).

El icono de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. El divino Viajante sigue siendo nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se vuelve pleno, la luz de la Palabra sigue a la luz que brota del «Pan de vida», por el cual Cristo cumple de modo supremo su promesa de «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El Papa Benedicto XVI explica que «el anuncio de la Resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en el que vivimos».


Comentario: Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer (Barcelona, España)
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron

Hoy «es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere decir.

En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido. Conviene que nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y “hacer camino” con los que nos rodean. Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.

© evangeli.net 

Amancio de Como, Santo Obispo, 8 de abril


Amancio de Como, Santo
Obispo, 8 de abril

Obispo

Martirologio Romano: En Como, de la Liguria, Italia, san Amancio, obispo, que fue el tercero en la cátedra de esta Iglesia y fundó la basílica de los Apóstoles.

Nacido en Canterbury, Inglaterra, pariente por parte de madre de Teodosio III o de algún otro emperador de los siglos IV-V, fue el tercer obispo de Como. Sucesor de san Provino (muerto el año 420). Habiendo traído de un viaje a Roma unas reliquias de los apóstoles Pedro y Pablo, construyó en honor de ellos una iglesia; pero en el siglo IX fue reconstruida en estilo románico, y dedicada a su valioso ayudante, san Abundio, quien sería su sucesor allá por el año 450.

Murió el 8 de abril de un año no precisado, probablemente el 448. Sus reliquias, conservadas en Como en la iglesia por él construida, fueron trasladadas el 2 de julio de 1590 a la iglesia de los Jesuitas, de la cual es patrono junto con san Félix.

Por: . | Fuente: santiebeati.it

7 abr 2015

Santo Evangelio 7 de Abril de 2015


Día litúrgico: Martes de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 20,11-18): En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir “Maestro”». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.


Comentario: + Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor

Hoy, en la figura de María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la historia, tan afectos y leales como la Magdalena. 

No obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).

Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he visto.

Juan Bautista de la Salle, Santo Presbítero, Educador y Fundador, 7 de abril


Juan Bautista de la Salle, Santo
Presbítero, Educador y Fundador, 7 de abril


Fundador del Instituto
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas,
Patrono de los Educadores Cristianos

Martirologio Romano: Memoria de san Juan Bautista de la Salle, presbítero, que en Reims, de Normandía, en Francia, se dedicó con ahínco a la instrucción humana y cristiana de los niños, en especial de los pobres, instituyendo la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, por la cual soportó muchas tribulaciones, siendo merecedor de gratitud por parte del pueblo de Dios († 1719). 

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia, es de origen hebreo. 

Fecha de canonización: 24 de mayo de 1900 por el Papa León XIII.

Juan Bautista de La Salle vivió en un mundo totalmente diferente del nuestro. Era el primogénito de una familia acomodada que vivió en Francia hace 300 años. Juan Bautista de La Salle nació en Reims, recibió la tonsura a la edad de 11 años y fue nombrado canónigo de la Catedral de Reims a los 16. Cuando murieron sus padres tuvo que encargarse de la administración de los bienes de la familia. Pero, terminados sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote el 9 de abril de 1678. Dos años más tarde, obtuvo el título de doctor en teología. En ese período de su vida, intentó comprometerse con un grupo de jóvenes rudos y poco instruídos, a fin de fundar escuelas para niños pobres.

En aquella época, sólo algunas personas vivían con lujo, mientras la gran mayoría vivía en condiciones de extrema pobreza: los campesinos en las aldeas y los trabajadores miserables en las ciudades. Sólo un número reducido podía enviar a sus hijos a la escuela. La mayoría de los niños tenían pocas posibilidades de futuro. Conmovido por la situación de estos pobres que parecían "tan alejados de la salvación" en una u otra situación, tomó la decisión de poner todos sus talentos al servicio de esos niños, "a menudo abandonados a sí mismos y sin educación". Para ser más eficaz, abandonó su casa familiar y se fue a vivir con los maestros, renunció a su canonjía y su fortuna y a continuación, organizó la comunidad que hoy llamamos Hermanos de las Escuelas Cristianas. 

Su empresa se encontró con la oposición de las autoridades eclesiásticas que no deseaban la creación de una nueva forma de vida religiosa, una comunidad de laicos consagrados ocupándose de las escuelas "juntos y por asociación". Los estamentos educativos de aquel tiempo quedaron perturbados por sus métodos innovadores y su absoluto deseo de gratuidad para todos, totalmente indiferente al hecho de saber si los padres podían pagar o no. A pesar de todo, De La Salle y sus Hermanos lograron con éxito crear una red de escuelas de calidad, caracterizada por el uso de la lengua vernácula, los grupos de alumnos reunidos por niveles y resultados, la formación religiosa basada en temas originales, preparada por maestros con una vocación religiosa y misionera a la vez y por la implicación de los padres en la educación. Además, de La Salle fue innovador al proponer programas para la formación de maestros seglares, cursos dominicales para jóvenes trabajadores y una de las primeras instituciones para la reinserción de "delincuentes". Extenuado por una vida cargada de austeridades y trabajos, falleció en San Yon, cerca de Rouen, en 1719, sólo unas semanas antes de cumplir 68 años. 

Juan Bautista de La Salle fue el primero que organizó centros de formación de maestros, escuelas de aprendizaje para delincuentes, escuelas técnicas, escuelas secundarias de idiomas modernos, artes y ciencias. Su obra se extendió rapidísimamente en Francia, y después de su muerte, por todo el mundo. En 1900, Juan Bautista de La Salle fue declarado Santo. En 1950, a causa de su vida y sus escritos inspirados, recibió el título de Santo Patrono de los que trabajan en el ámbito de la educación. Juan Bautista mostró cómo se debe enseñar y tratar a los jóvenes, cómo enfrentarse a las deficiencias y debilidades con compasión, cómo ayudar, curar y fortalecer. Hoy, las escuelas lasalianas existen en 85 países del mundo.


Por: . | Fuente: LaSalle.org

6 abr 2015

Santo Evangelio 6 de Abril de 2015



Día litúrgico: Lunes de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Mt 28,8-15): En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». 

Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.


Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos

Hoy, la alegría de la resurrección hace de las mujeres que habían ido al sepulcro mensajeras valientes de Cristo. «Una gran alegría» sienten en sus corazones por el anuncio del ángel sobre la resurrección del Maestro. Y salen “corriendo” del sepulcro para anunciarlo a los Apóstoles. No pueden quedar inactivas y sus corazones explotarían si no lo comunican a todos los discípulos. Resuenan en nuestras almas las palabras de Pablo: «La caridad de Cristo nos urge» (2Cor 5,14). 

Jesús se hace el “encontradizo”: lo hace con María Magdalena y la otra María —así agradece y paga Cristo su osadía de buscarlo de buena mañana—, y lo hace también con todos los hombres y mujeres del mundo. Y más todavía, por su encarnación, se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. 

Las reacciones de las mujeres ante la presencia del Señor expresan las actitudes más profundas del ser humano ante Aquel que es nuestro Creador y Redentor: la sumisión —«se asieron a sus pies» (Mt 28,9)— y la adoración. ¡Qué gran lección para aprender a estar también ante Cristo Eucaristía! 

«No tengáis miedo» (Mt 28,10), dice Jesús a las santas mujeres. ¿Miedo del Señor? Nunca, ¡si es el Amor de los amores! ¿Temor de perderlo? Sí, porque conocemos la propia debilidad. Por esto nos agarramos bien fuerte a sus pies. Como los Apóstoles en el mar embravecido y los discípulos de Emaús le pedimos: ¡Señor, no nos dejes!

Y el Maestro envía a las mujeres a notificar la buena nueva a los discípulos. Ésta es también tarea nuestra, y misión divina desde el día de nuestro bautizo: anunciar a Cristo por todo el mundo, «a fin que todo el mundo pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad (...) contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella» (Juan Pablo II).

Pierina Morosini, Beata 6 de Abril


Pierina Morosini, Beata
6 de Abril

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: En el lugar Fiobbio di Albino, cerca de Bérgamo, en Italia, beata Pierina Morosini, virgen y mártir, que a los veintiséis años, regresando a casa desde su trabajo, por defender frente a un joven la virginidad que había prometido a Dios, fue herida en la cabeza hasta la muerte († 1957). 

Etimológicamente: Pierina = En Italiano es una variante femenina de Pedro = Piedra

Fecha de beatificación: 4 de octubre de 1987 por el Papa Juan Pablo II.

(1931•1957)

Beatificada por Juan Pablo II el 4 de octubre de 1987.

Hija mayor de los esposos Roque Morosini y Sara Noris, nació en Fiobbio, diócesis y provincia de Bérgamo, el 7 de enero de 1931. Educada cristianamente por sus padres, y en especial por su madre. Hizo sus estudios primarios con buenos resultados, pero, debido a la pobreza de la familia, que necesitaba de su trabajo, aprendió el oficio de la costura, y a la edad de quince años se colocó a trabajar en la fábrica de confecciones Honeger de Albino. 

Allí iba todos los días a pie, con la alegría de ser útil a los suyos. En el ambiente de trabajo se distinguió siempre por su diligencia y cortesía, su espíritu reservado, su fe y caridad, de modo que se ganó la estima y el respeto de los directivos y de sus compañeros de trabajo, a quienes edificaba con su ejemplo.

Inscrita en la Juventud Femenina de la Acción Católica participó en la peregrinación a Roma para la beatificación de María Goretti (27.04.1947); fue el único viaje que realizó en su vida. 

Se empeñó activamente en todas las obras parroquiales, especialmente como celadora del seminario y de las Misiones. Cada mañana antes de ir al trabajo se acercaba a la mesa eucarística y mientras iba al trabajo o regresaba del mismo, rezaba siempre el Rosario.

Como de costumbre, el 4 de abril de 1957 había comenzado oportunamente su actividad acostumbrada. En las primeras horas de la tarde, mientras regresaba de Albino a su casa, en un lugar solitario fue abordada por un joven que no le ocultó sus torpes propósitos. Pierina trató de hacerle entender la gravedad de sus intenciones y le opuso una fuerte resistencia. Fue inútil. Agredida, se defendió con todas sus fuerzas. Herida mortalmente en la nuca con una piedra repetidas veces, siguió pronunciando palabras de fe y de heroico perdón, hasta que entró en un coma irreversible. 

Hallada más tarde en el lugar de su martirio, fue llevada al hospital de Bérgamo, donde, sin volver en sí, falleció el 6 de abril siguiente. Tenía 26 años de edad. 

El cirujano que la visitó en el hospital, inmediatamente exclamó: «Tenemos una nueva María Goretti» y cuantos conocían su bondad yrectitud, de inmediato la consideraron mártir.

La Beata Pierina ofrece un sendero luminoso para todos los que sienten la fascinación de los retos del evangelio.

Por: . | Fuente: VidasEjemplares.org

5 abr 2015

Santo Evangelio 5 de Abril de 2015



 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:

—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.


Comentario Por José María Martín OSA

1. - ¡Dios lo resucitó!, exclama Pedro. Los discípulos entendieron la Escritura y se dieron cuenta de que aquel Jesús crucificado había vencido la muerte. Por eso hoy los discípulos del siglo XXI podemos también decir que Jesús nos ha dado nueva vida. Porque Él es El Viviente que nos vivifica. Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte. No hay que temer, no hay que temer nunca más. Es cierto, es verdad....Señor Jesús has resucitado, ya no tengo miedo porque Tú eres mi luz y mi salvación.

2. - ¡Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia! A pesar de los pesares, del dolor, del fracaso de las tentaciones, de la soledad y de la agonía de Getsemaní, a pesar de la droga y el sida, de la guerra y de los atentados terroristas, a pesar de la crisis económica y del paro confío en Ti, Señor. Gritemos todos: ¡Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia! La muerte es la puerta de la vida. Es lo más grande que nos ha podido pasar. ¡Qué difícil es entender esto! ¡Oh Jesús, la vida es misterio, la muerte es misterio! No entiendo muchas cosas, me desbordan los acontecimientos, me ahoga el no saber, el no poder, la impotencia ante tanta injusticia y tanta sinrazón, tu silencio muchas veces....Pero yo Señor confío en Ti, pues Tú eres mi salvación.

3. - Aspirar a los bienes de arriba. Hoy hemos visto y hemos creído y por eso damos testimonio como Pedro. Se hacen realidad las promesas mesiánicas: "Hoy empieza una nueva era, las lanzas se convierten en podaderas, de las armas nacen arados y los oprimidos son liberados". Todo este será posible si resucitamos contigo, si andamos en una vida nueva y buscamos los bienes de arriba. Yo proclamo mi fe en el Dios de la vida que ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Jesús es el "Viviente", luz de luz, vida de la vida, primogénito de la nueva creación. Serviría de poco tu resurrección si yo no resucito contigo y vivo "mi Pascua", el paso de la muerte a la vida, del pecado y el desamor a la gracia y al amor. Tú has dado un nuevo sentido a la vida, ya no temo a la muerte.

4.- Ahora sé cuál es mi misión: colaborar con el "Dios de la vida"

San Vicente Ferrer, 5 de abril

5 de abril

SAN VICENTE FERRER

(† 1419)


La vida de los santos, aparte de ofrecernos un ejemplar e irrecusable testimonio de heroicas virtudes, manifiesta siempre el empeño providencial de Dios en la historia humana y en la vida de la Iglesia, tanto que la presencia de algunos santos no se explica sin esa misión providencial. Ellos han polarizado muchas veces en su vida determinados períodos de la historia y su influencia espiritual o social ha configurado los perfiles de ciertos momentos y estilo de vida, y hasta han pesado definitivamente a la hora de dar solución a las crisis de su tiempo. Cierto igualmente que, por ese mismo canon providencial que Dios impone a los acontecimientos humanos, también los santos se han visto condicionados en sus actos por las circunstancias en que se movieron. Todo esto da sentido y justificación a la vida de San Vicente Ferrer y nos evita caer en una interpretación simplista y unilateral de su portentosa obra. La visión exclusivamente milagrera de su figura, por la que han discurrido durante muchos años la tradición y la leyenda, contribuyó a desenfocar la plenitud auténtica y la realidad total de la vida de San Vicente, hasta tal punto que algún historiador moderno se atrevía a decir que cada circunstancia de su vida fue un milagro. Hoy, con sana crítica y juicio sereno, no podemos admitir esa visión colorista que nos ha dado a un San Vicente Ferrer opulento despilfarrador de milagros, aun cuando sería insensatez negar la realidad de su poderosa taumaturgia. Pero no debemos hacer de sus copiosos milagros una peana para colocar sobre ella la vida del Santo.

San Vicente Ferrer nació en Valencia el 23 de enero de 1350, en el seno de una familia de ascendencia gerundense. Su padre, Guillermo Ferrer, era notario. La casa natalicia de Vicente distaba muy poco del Real Convento de Predicadores, donde los hijos de Santo Domingo de Guzmán se habían establecido por singular gracia del rey Don Jaime el Conquistador, recién conquistadas para la fe las tierras de Valencia. El gran prestigio que siempre tuvieron en aquella capital los frailes predicadores, el contacto habitual que nuestro Santo debió tener con ellos desde su niñez y el interior llamamiento de Dios determinaron en Vicente la resolución de vestir el hábito blanco y negro de los dominicos. Tal suceso tuvo lugar en el Real Convento de Predicadores el 5 de febrero de 1367, y el día 6 del mismo mes del año siguiente emitió los votos de su profesión religiosa.

Por la coyuntura del momento en que nace, Vicente Ferrer pertenece al período histórico que un escritor moderno ha calificado de otoño de la Edad Media. En ese punto en que se interfieren los últimos destellos de la Edad Media "enorme y delicada" con la fulgurante aurora del primer Renacimiento europeo, él permanecerá fiel a la estructura mental y a los criterios tradicionales. No debemos olvidar que dos años antes de su nacimiento, el 1348, la peste negra difundida por la Europa occidental influyó notablemente en la vida religiosa, provocando, juntamente con otras circunstancias históricas, una quiebra de insospechadas proporciones. En la provincia dominicana de Aragón, a la que el Santo perteneció, habían muerto quinientos diez religiosos de un total de seiscientos cuarenta, Ello hacía prácticamente difícil no sólo el mantenimiento económico de los conventos, sino hasta la propia observancia de las constituciones religiosas en la plenitud de sus ideales. Más tarde, el 20 de septiembre de 1378, la escisión de la Iglesia por el Cisma de Occidente vendría a debilitar más la flaca situación de la vida conventual. Paralelamente a este clima de desfondamiento religioso en los conventos, la vida piadosa de los fieles se vio mermada sensiblemente en su tradicional pujanza. La Orden de Predicadores, en los momentos en que Vicente hace su profesión, gozaba de un sólido prestigio social y académico, aun cuando la curva de su trayectoria docente no alcanzase en aquel punto su máxima altura. Sin embargo, los frailes dominicos, fieles a su gloriosa tradición y por exigencia entrañable de sus propias funciones doctrinales, intentaban hacer honor a la nobleza representativa de su condición procurando mantener en la máxima tensión de eficacia la formación y desarrollo intelectual de los miembros de su Orden.

Desde la fecha de su profesión en el año 1368 hasta 1374, en que recibe el presbiterado y celebra su primera misa, Vicente, por designación de sus superiores, alterna el estudio y la enseñanza de la filosofía y la teología en los conventos de Lérida y Barcelona. A los veinte años era ya profesor de Lógica. En 1376 lo vemos estudiando teología en Toulouse, en cuya Facultad, de reciente creación, los profesores dominicos le ilustraron en la ciencia de Dios dentro de los cánones del más depurado tomismo. Allí permaneció dos años.

Perfecto conocedor de la exégesis bíblica y de la lengua hebrea, que estudió en el convento de Barcelona, y tras su sólida formación teológica, San Vicente regresó de Toulouse a Valencia, donde inmediatamente se dedicó a la enseñanza de la teología. Alternando sus tareas de docencia con las de escritor, predicador y consejero, muy pronto conocieron los valencianos las extraordinarias dotes personales del Santo y le hicieron árbitro de graves problemas públicos. Mas todo su tremendo dinamismo exterior jamás turbó su total entrega a la práctica de las observancias conventuales, acentuando cada día más el estudio y la oración.

Por aquellos días la Iglesia sintió en su propia carne el trallazo de la escisión con el infausto Cisma de Occidente. Demostrada por algunos cardenales la nulidad de la elección de Urbano VI, declararon vacante la Sede Apostólica y procedieron a la elección de un nuevo Papa. El 20 de septiembre de 1378 aquellos cardenales, entre los que se encontraba Pedro de Luna, firmaron en Fondi un manifiesto por el que comunicaban al pueblo cristiano la elección de Roberto de Ginebra, a quien sometían su obediencia. Aquí surgió, frente a Urbano VI, Clemente VII. La división de la Iglesia afectó, como es lógico, a la misma política europea, y los reyes y príncipes se vieron en la grave disyuntiva de prestar su obediencia a la Sede de Avignon o a la de Roma. Pedro IV el Ceremonioso, que regía los destinos de la corona de Aragón, adoptó una postura prácticamente neutralista, preocupado más por los problemas internos de su casa que por la escisión de la Iglesia. Sin embargo, Clemente VII se dispuso a conquistar la obediencia de los cuatro reinos de España y para ello despachó amplios poderes al cardenal Pedro de Luna con el nombramiento de legado. Este es el momento en que el cardenal legado busca el apoyo y la influencia de Vicente Ferrer para lograr la adhesión del reino de Aragón al papa Clemente VII. Vicente, que desde un principio fijó su posición de obediencia al papa de Avignon, estuvo en Barcelona recibiendo del cardenal Pedro de Luna órdenes y poderes concretos para presentarse a los jurados de Valencia reclamando su ayuda para captar la obediencia de Pedro IV a Clemente VII. Después de la lectura del tratado que acerca del Cisma escribía San Vicente, dedicado, al rey de Aragón, no podemos dudar de su rectísima intención al proclamar su fidelidad a la Sede de Avignon. Los argumentos que ofrece demuestran, además de su cultura teológico-canónica, que no en vano aceptaba la legitimidad de la elección de Clemente VII. Utilizando el cardenal De Luna en algunos de sus viajes por los reinos de España los servicios que le prestó la compañía de Vicente Ferrer, volvió el Santo a Valencia, en cuya catedral prosiguió enseñando teología, sin descuidar por ello su predicación al pueblo y otros muchos deberes ministeriales. El cardenal Pedro de Luna regresó a Avignon y el 28 de septiembre de 1394 era elegido sucesor de Clemente VII con el nombre de Benedicto XIII. Pocos meses después San Vicente era reclamado a la Corte de Avignon por el Papa, hasta que en 1398 cambia su residencia del palacio de Avignon por la del convento dominicano de la misma ciudad. Benedicto XIII, en deuda con el Santo, le otorgó el título máximo de Maestro en Sagrada Teología.

Vicente, en contacto con las realidades de Avignon, con la visión más serena de los acontecimientos y amargamente dolido por el daño que sufría la Iglesia de Cristo, vivió unos meses en su convento, donde cayó tan gravemente enfermo que estuvo a punto de morir. Fue entonces cuando tuvo aquella visión en la que se apareció Jesucristo, acompañado de los patriarcas Domingo y Francisco, encomendándole la misión de predicar por el mundo y otorgándole súbitamente la salud. Esta es la prodigiosa circunstancia que sirve de clave para explicar la vida posterior de Vicente. Ahora se presentará al mundo con un empeño más alto que el de defender la causa de Benedicto XIII: propugnará la integridad del Evangelio en la unidad de la Iglesia. Su misión evangelizadora le ha sido encomendada por el mismo Jesucristo y sus credenciales tendrán el alcance universal de ser legado a latere Christi.

El Papa se resistió en un principio a dejarle marchar, pero al fin, convencido de que en la empresa de Vicente urgía el llamamiento de Dios, le concedió amplísimos poderes ministeriales para que pudiera ejercer su apostolado. El Santo quedó sometido a la obediencia inmediata al maestro general de su Orden y el día 22 de noviembre de 1399 partió de Avignon a recorrer caminos y ciudades europeas llevando a todos los hombres el mensaje de la palabra de Dios. Este es el momento en que el dinamismo interior de Vicente se desata en torrentes de sabiduría y de elocuencia sobre una sociedad en trance de agudísima crisis espiritual para despertar la unidad de la fe en su vida, abrir los horizontes a la esperanza y encender en las almas la caridad. En su larga peregrinación apostólica recorrió innumerables pueblos y ciudades de España, de Francia, de Italia, de Suiza, y hasta es muy probable que penetrara en Bélgica. En una época en la que la oratoria sagrada se resentía gravemente de su ineficacia, por el afán de predicar al pueblo oscuros y macizos sermones con rancias argumentaciones de escuela, cuando no rimbombantes y huecas composiciones retóricas con extravagantes alusiones a los clásicos de la antigüedad grecolatina, la palabra de Vicente era como un látigo de fuego que abrasaba e iluminaba. Su metódico sistema de exposición de la doctrina de Cristo, sin la gracia boba de halagar superficialmente los oídos, con el recio temple de unos conceptos claros y precisos, servidos siempre en la bandeja de oro de su portentosa y dócil imaginación y la enorme fuerza sugestiva de su poderosa voz, rica en matices y sonoridades, las gentes sentían el vértigo de la presencia de Dios y el delicioso estremecimiento de su gracia. La palabra de Vicente inflamaba y seducía. Su dominio absoluto de las Sagradas Escrituras le servía de mágico resorte para encarnar en sus frecuentes alusiones la aplicación de un hecho concreto o de una circunstancia real de su tiempo. Fue de una impresionante y sobrecogedora grandeza aquel memorable sermón que, después de vencida la implacable resistencia de Benedicto XIII y obtenida la promesa de su abdicación, pronunció ante el papa de Avignon y sus cardenales, ante embajadores y príncipes y multitud de fieles el 7 de noviembre de 1415 en Perpignan, comentando el tema: "Huesos secos, oíd la palabra de Dios".

Bajo el signo de su voz las enemistades públicas cedían al abrazo de la paz, los pecadores experimentaban la mordedura del arrepentimiento y los hambrientos de perfección le seguían a todas partes en una permanente compañía de fervoroso apoyo. El organizaba aquella imponente comunidad de disciplinasteis que en conmovedoras procesiones penitenciales producía en los espectadores un escalofrío de compunción y la eficaz mudanza de vida.

Ante la visión de río revuelto que ofrecía el mundo de su tiempo, ante el estrepitoso desmoronamiento de la ideología cristiana que habla presidido e informado la vida pública de la Edad Media al choque violento de unos sistemas y estructuras de vida que pretendían remozar al hombre, ante la estampa de Apocalipsis que presentaba una Iglesia desgarrando a la cristiandad en partidos y banderías de cisma, no es de admirar que la leyenda, apoyada en puntos flacos de tradición, haya hecho que San Vicente se atribuyera personalmente el título de ángel del Apocalipsis y hasta que la obsesión determinante de su apostolado fuera la predicación del cercano Juicio final. Cierto que el Señor le otorgó en diversas ocasiones el don de profecía, pero cuando San Vicente hablaba del Juicio final como acontecimiento próximo —cosa que hizo en muchas menos ocasiones de lo que habitualmente se cree— no lo hacía como profeta, sino como hombre que observa las realidades de su tiempo y deduce unas consecuencias, Hemos de puntualizar también que el lema "Temed a Dios Y dadle honor", con que la tradición ha cifrado la predicación vicentina, no puede ser, en modo alguno, interpretado con sentido terrorista, como si San Vicente se hubiera preocupado de sembrar el pánico en su tiempo y despertar un espanto colectivo. El temor de Dios propugnado por Vicente no era ese que surge de la raíz amarga del miedo, sino el que nace del amor filial. Era el temor de la reverencia y no el del servilismo pavoroso. El auditorio de sus sermones era siempre de multitudes. En algunas ocasiones Pasaban de los quince mil oyentes, por lo que, resultando insuficiente la capacidad de las iglesias, hubo de predicar en las plazas. Contemporáneos del Santo nos dan la referencia de que, hablando en su lengua nativa, le entendían por igual todos los oyentes, aunque pertenecieran a países de distinto idioma. En los últimos treinta años de su vida el quehacer de la predicación condicionó su horario de trabajo, Solía dedicar cinco horas al descanso, haciéndolo sobre algunos manojos de sarmientos o un jergón de paja, y el tiempo restante lo invertía en la oración y las atenciones exclusivas de sus deberes ministeriales. Sus comidas eran extremadamente sobrias. De una ciudad a otra se desplazaba siempre a pie, hasta que cayó enfermo de una pierna y tuvo que montar en un asnillo. Era tanta la fama de santidad que precedía los itinerarios de Vicente, que las gentes le recibían como enviado de Dios y su entrada en las ciudades tenía tal carácter de apoteosis delirante que, para evitar graves atropellos y el que los devotos le cortasen trozos de hábito, habían de protegerle con maderos. Todos los días cantaba la misa con gran solemnidad y después pronunciaba el sermón, que solía durar dos o tres horas, y en alguna ocasión, como la de Viernes Santo en Toulouse, estuvo seis horas seguidas. El cansancio y achaques físicos, que en los últimos años obligaba a que, para subir al púlpito o al tabladillo de la plaza, le tuvieran que ayudar cogiéndole de un brazo, desaparecía al punto que comenzaba el sermón, de tal manera que su rostro se transfiguraba como si la piel cobrara una frescura juvenil, le centelleaban los ojos en expresivas miradas, la voz salía clara, limpia y sonora, y los movimientos de sus brazos obedecían dóciles al imperio y compás de las palabras. El tono de convicción con que se enardecía dejaba atónitos a los oyentes, y por ello no es de admirar que los frutos de sus sermones fueran tan copiosos que se necesitara siempre el concurso de muchos sacerdotes para oír confesiones.

El crédito universal de su sabiduría y de sus prudentes consejos fue puesto a prueba en multitud de contiendas en las que hubo de intervenir corno árbitro de paz y nivelador de intereses. Nobilísima fue su actitud como compromisario de Caspe, en donde fue requerido para dar su voto de solución al problema político de la Corona de Aragón producido al morir Martín el Humano sin dejar sucesión. San Vicente acudió al Compromiso de Caspe con el sereno ánimo y la inteligencia despierta para dar una razón jurídica en el asunto del pretendiente al trono, pero sobre todo con la limpia y altísima intención de aceptar el resultado como designio providencial. La elección hecha a favor del infante de Castilla, Don Fernando, fue publicada por San Vicente Ferrer el 28 de junio de 1412. La conducta del Santo en la resolución del problema sucesorio quedó tan digna y honrada, que su apostolado público no sufrió menoscabo alguno en aquellos Estados de la Corona de Aragón que se habían mostrado hostiles a la solución de Caspe.

Muy laboriosas fueron sus gestiones para determinar la conclusión del Cisma de Occidente y podemos afirmar que, si no por su directa intervención, sí por el enorme peso de su influencia, apoyada en su universal prestigio, contribuyó notablemente a decidir su terminación. El cónclave reunido en Constanza el 11 de noviembre de 1417 dio a la Iglesia la elección de Martín V, a cuya obediencia se sometió toda la cristiandad.

Vicente prosiguió su misión evangelizadora dirigiendo sus pasos a Bretaña, donde el Señor le esperaba para abrirle las puertas de una gloria definitiva. El día 5 de abril, miércoles de la semana de Pasión, de 1419, moría en Vannes, lejos de su patria, este apóstol infatigable cuya palabra estremeció de presencia de Dios los ámbitos de la cristiandad europea. Treinta y seis años más tarde, en 1455, el papa valenciano Calixto III, a quien, según la tradición, San Vicente le había profetizado la tiara pontificia y el honor de canonizarle, le elevó a los altares con la suprema gloria de la santidad.

Los milagros que San Vicente Ferrer obró en vida y después de muerto son innumerables, por lo que su fama de taumaturgo no ha sufrido mengua a través de los siglos.

JOSÉ MARÍA MILAGRO, O. P