9 nov 2013

Más allá del cansancio


Más allá del cansancio

Cuando el cansancio entra en el corazón, la voluntad queda casi paralizada. Falta esa energía para dar un nuevo paso.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net



El cansancio nos llega a todos. Porque las fuerzas físicas son limitadas. Porque los años no perdonan. Porque desgasta la lucha contra el mismo defecto sin llegar a erradicarlo. Porque duele sentirse sólo ante los deberes de cada día. Porque la victoria no acaba de llegar. Porque el horizonte se cubre de tinieblas.

Cuando el cansancio entra en el corazón, la voluntad queda casi paralizada. Falta esa energía para dar un nuevo paso, para empezar otra vez, para ayudar a quien lo pide a pesar de tantos desengaños, para pedir perdón porque las pasiones nos llevaron al pecado, para mirar al cielo e implorar la gracia.

Pero si miramos a Cristo, si nos dejamos mirar por Él, si lo sentimos a nuestro lado como Amigo, como Salvador, como Señor, como Misericordia encarnada, podemos superar el cansancio y emprender de nuevo la lucha.

Es entonces cuando, más allá del cansancio, una madre o un padre vuelven a acoger al hijo drogadicto para darle una nueva oportunidad.

O cuando un hijo o una hija renuevan sus esfuerzos para cuidar con ternura a sus padres enfermos.

O cuando un pecador habitual, que cae una y otra vez en la misma falta, regresa al confesionario para invocar el perdón y la ayuda de Dios en el sacramento de la penitencia.

O cuando el contemplativo o la contemplativa rompen el hielo del desgaste interior para orar con más fuerzas por la conversión del mundo, por la paz y la justicia en los corazones, por la victoria de la Cruz en las sociedades.

Dios está siempre a nuestro lado. Más allá del cansancio podemos emprender el camino, mirar al cielo, introducir los ojos del alma en nuestra condición de bautizados, y volver a dar un paso nuevo.

Así podremos hablar con Cristo desde lo más hondo de nuestro corazón: "Señor, si eres Tú, mándame ir donde ti sobre las aguas (cf. Mt 14,28), sobre el cansancio, sobre la penas, sobre los miedos, sobre el desgaste.

Mándame dejar mi egoísmo y vivir siempre al servicio de mis hermanos, con esa energía que Tú pones en cada corazón, mientras avanzamos hacia el abrazo eterno que espera a los esforzados en el Reino de los cielos".

Santo Evangelio 9 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: 9 de Noviembre: Dedicación de la Basílica del Laterano en Roma

Texto del Evangelio (Jn 2,13-22): Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.

Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.


Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Destruid este templo y en tres días lo levantaré

Hoy, en esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas, entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.

San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene en la Basílica Lateranense su catedral.

Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). Gracias a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla usándola como un medio.

9 de Noviembre , dedicacion a la Iglesia del Salvador




9 DE NOVIEMBRE

DEDICACIÓN DE LA IGLESIA DEL SALVADOR


Noviembre es un mes proyectado hacia la eternidad. No sólo porque el otoño, con la caída de las hojas, nos hace pensar en la muerte, y porque tradicionalmente está dedicado a los difuntos, sino porque la liturgia agrupa una serie de fiestas que tienen un hondo sentido escatológico.

El día 1 es la solemnidad de Todos los Santos, y parécenos asistir, con esa dramatización que la liturgia pone en sus celebraciones, al inmenso cortejo de los "señalados", que con palmas y blancas vestiduras aclaman al que se sienta sobre el trono y al Cordero.

La Conmemoración de los Fieles Difuntos nos recuerda el sentido pascual de la muerte, que es tránsito de los que descansan en Cristo y esperan el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz.

Por último, las dedicaciones de las basílicas del Salvador, el día 9, y las de San Pedro y San Pablo, el 18, nos hacen pensar, a través de la iglesia material, tabernáculo de Dios entre los hombres, en la Iglesia del cielo, "adornada como una novia que sale a recibir al esposo".

Cada día en la santa misa anunciamos la muerte del Señor "hasta que él venga". Y estas fiestas avivan en nosotros, su recuerdo y acucian el deseo de su venida. Para que nos encuentre preparados, con los lomos ceñidos y las velas encendidas, nos hablan estas fiestas de noviembre de la muerte y la eternidad.

Asentada en el monte Celio, "madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe", la sacrosanta iglesia lateranense "refulge-según frase de Juan XIII-como rodeada de dignidad por la memoria de preclaros acontecimientos y por los monumentos de la antigüedad". Catedral del Papa, su toma de posesión significa la suprema investidura del poder en el gobierno eclesiástico de Roma y del mundo.

Del palacio que los "Laterani" poseían desde el siglo I en el Celio, viene el nombre de Letrán. Más tarde, bajo Constantino y aconsejados por Osio de Córdoba, Fausta, su esposa, hizo donación de su palacio a los Papas para su residencia habitual, y el emperador-según cuenta una legendaria tradición-, en agradecimiento a San Silvestre por el hecho de haberle curado milagrosamente de la lepra, le hizo entrega de los territorios donde el Pontífice, apoyado por el favor imperial, hizo construir la basílica de San Juan de Letrán, denominada también "Constantiniana". ¿,Hubo donación jurídica? Nada se sabe. Sin embargo, Melciano, valiéndose del derecho que le daba el edicto de Milán, celebró en 313 un sínodo romano en la domus Faustae in Laterano; el papa Dámaso fue ordenado en la basílica, y de la fecundidad de su baptisterio, Prudencio canta sus glorias.

La dedicación del templo-primera conocida en la Iglesia-tuvo lugar el 9 de noviembre de 324, dándole Silvestre el título del Salvador. En el siglo XIII se le añadieron los de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

Iglesia estacional en los días más grandes del año, reunió el Letrán de los siglos IV al XVI más de 25 concilios, cinco de ellos ecuménicos. Pío XI, el 11 de febrero de 1929, la honró al firmarse aquí el felicísimo Tratado de Letrán.

Mas las invasiones, los saqueos, los incendios y, sobre todo, el abandono en el cual la dejaron los papas de Aviñón, se conjuraron en torno de la archibasílica como para borrarla de la historia.

Sin embargo, el Renacimiento la hizo resurgir y el barroco la convirtió en antesala de la gloria. Los papas, de Sixto V a León XIII, la restauraron suntuosamente. Fulgurante por la belleza de sus mosaicos (siglo XIII), rica con su Sancta sanctorum, donde se conservan-según una venerable tradición-trozos de la "mensa" de la Cena, recibió su nueva consagración de manos de Benedicto XIII-en 1726. La liturgia ha retenido la primitiva fecha del 9 de noviembre. La misa es la del común de todas las dedicaciones de iglesias, riquísima de doctrina.

"El templo ha sido solemnemente consagrado, Dios ha tomado posesión y se halla asistido por el coro de ángeles" (Gradual). Desde la entrada el pensamiento de la majestad divina se impone y provoca una exclamación de terror que la liturgia toma de Jacob despertándose del sueño en Betel: "terrible es este lugar". El temor, sin embargo, se halla moderado por una explosión de amor y de deseos: el salmo del Introito es el canto de un levita que proclama su alegría y su fervor en el servicio del templo. En efecto, el Dios Trino ha querido atraer los hombres hacia Él y comunicarse con ellos.

Este misterio de amor en Dios es un misterio de salvación.- Jesús llama a Zaqueo el publicano, subido en el sicómoro, y se hospeda en su casa. El encuentro no es solamente exterior, pues va seguido de la conversión: "desde ahora doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cúadruplo". Al arrepentimiento, el perdón: "hoy ha venido la salud a tu casa, el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Evangelio). 

Este misterio de amor es un misterio de alianza. Dios, por la encarnación del Verbo, ha erigido su tabernáculo entre los hombres y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos. La iglesia es el lugar de su morada, donde los hombres se reúnen en Cristo y tienen acceso junto al Padre. Más aún: la iglesia no es solamente el lugar, es también el signo de la alianza. Por su dedicación se ha trocado en "impenetrable misterio", canta el Gradual, la figura de la nueva Jerusalén en la cual se obra la unión de Dios y de los hombres. La Epístola hace aquí alusión al tema bíblico de las nupcias. El Apocalipsis lo ha tomado de los Profetas, que se habían servido de esta comparación para dar a entender con qué vínculo tan estrecho la alianza había unido Israel a su Dios.

La Iglesia, esposa del Cordero, celebra cada día sus místicas nupcias en el edificio material que ha consagrado. En él y en la misa se hace presente el sacrificio de la cruz, en el cual Cristo se ha entregado para santificarla... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga, sino santa e intachable para unírsela en calidad de esposa. Es ahí donde sin cesar da a luz nuevos hijos a Dios, como lo declara la antigua inscripción del baptisterio de Letrán:

"Virgíneo fetu genitrix Ecclesia natos 
quos spirante Deo concepit amne parit... 
Fons hic es vitae qui totum diluit orbem 
Sumens de Christi vulnere principium".

"La Madre Iglesia da a luz con virginal parto a los que concibieron bajo la inspiración de Dios en las aguas. Esta es la fuente de la vida, que riega a todo el orbe y de las heridas de Cristo tomó su origen."

Es ahí donde, por los sacramentos, prepara las piedras vivas escogidas que construyen poco a poco el templo de Dios (Postcomunión ), porque la alianza no está solamente sellada con la Iglesia en su totalidad, sino que cada alma está invitada a unirse a Dios en Cristo.

Las nupcias suponen amor recíproco; esto también se cumple en la Iglesia. La parte de Dios es la gracia que da en los sacramentos, la promesa de la vida eterna, en la cual ya no habrá ni lágrimas, ni muerte (Epístola), como también su benevolencia para con los hombres en el detalle de cada día. Tan persuadida está la liturgia, que pide con seguridad en la colecta que toda gracia que aquí se implore será alcanzada: tiene hasta la osadía de obligar a Dios a declarar en el versículo de la comunión, al comparar un texto de San Mateo con otro de San Lucas, que todo aquel que entrare en ese templo de oración será atendido. A su vez, el hombre se ofrecerá plena y alegremente con Cristo. Por eso esta ofrenda encuentra su expresión en el canto del Ofertorio y de la Secreta, acompañándola de adoración y de acción de gracias (Aleluya).

Así, a través de los textos de esta misa de la dedicación, hallamos lo que nos enseña la teología sobre las fines del sacrificio eucarístico. Maternalmente, la Iglesia nos sugiere los sentimientos que deben animar nuestra participación y nos hace pensar también en la Iglesia del cielo.

MARÍA PAZ NAVARRO DE LA PEÑA, O. S. B.

8 nov 2013

Santo Evangelio 8 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Viernes XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».


Comentario: Mons. Salvador CRISTAU i Coll Obispo Auxiliar de Terrassa (Barcelona, España)
Los hijos de este mundo son más astutos (...) que los hijos de la luz

Hoy, el Evangelio nos presenta una cuestión sorprendente a primera vista. En efecto, dice el texto de san Lucas: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente» (Lc 16,8).

Evidentemente, no se nos propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el administrador. Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del Reino de Dios: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz» (Lc 16,8).

Todo ello nos muestra —¡una vez más!— que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas de siempre. En la actualidad hablamos de tráfico de influencias, de corrupción, de enriquecimientos indebidos, de falsificación de documentos... Más o menos como en la época de Jesús.

Pero la cuestión que todo esto nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y, al hablar de astucia, tendríamos también que hablar de interés. ¿Estamos interesados realmente en el Reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta como hijos de la luz? Jesús dijo también que allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21). ¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos para conocer dónde está nuestro tesoro... Nos dice san Agustín: «Tu anhelo continuo es tu voz continua. Si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo».

Quizás hoy, ante el Señor, tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como hijos de la luz, es decir nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con nuestros hermanos. «En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre bien y mal (…). En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse» (Benedicto XVI).

Beata Isabel de la Trinidad, carmelita Noviembre 8


Beata Isabel de la Trinidad, carmelita
Noviembre 8

Te encuentras hoy ante una mística de altos vuelos. De esas personas que uno no sabe si viven en la tierra o están viviendo físicamente aquí pero su mente y corazón están en el cielo.

Nació en Bourges, Francia, en 1880. Le costó mucho en su educación y madurez personal acabar con el mal genio que tenía. Esto le ocurrió tras la muerte del padre.

A los 14 años, hizo voto de virginidad. Pocos años después empezó a escribir sus revelaciones místicas o sobrenaturales.. A los 21 años ingresó en el convento carmelitano de Dijon.

Nada más que entrar, se lo tomó todo en serio. Y el ideal que guiaría su vida entera no fue otro que éste:"Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad y crecer de día en día en la carrera de amor a los Tres".

A pesar de su juventud, ejerció y ejerce una gran influencia en la vida de las personas más sensibilizadas con el mundo de Dios. Sus libros “Elevaciones, Retiros, Notas Espirituales y sus Cartas constituyen una experiencia mística trinitaria excepcional.

Su contemplación, su soledad y sus arrebatos místicos nos hacen ver su unión con Dios trinitario.

De sus libros entresacamos algunas frases dignas de retenerse en la memoria y en el corazón creyentes:"Creer que un ser que se llama El Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en sociedad con El, he aquí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida mi cielo anticipado".

"Mi Esposo quiere que yo sea para El una humanidad adicional en la cual el pueda seguir sufriendo para gloria del Padre y para ayudar a la Iglesia".

7 nov 2013

Santo Evangelio 7 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Jueves XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 15,1-10): En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». 

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.

»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».


Comentario: Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous (Barcelona, España)
Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Hoy, el evangelista de la misericordia de Dios nos expone dos parábolas de Jesús que iluminan la conducta divina hacia los pecadores que regresan al buen camino. Con la imagen tan humana de la alegría, nos revela la bondad de Dios que se complace en el retorno de quien se había alejado del pecado. Es como un volver a la casa del Padre (como dirá más explícitamente en Lc 15,11-32). El Señor no vino a condenar el mundo, sino a salvarlo (cf. Jn 3,17), y lo hizo acogiendo a los pecadores que con plena confianza «se acercaban a Jesús para oírle» (Lc 15,1), ya que Él les curaba el alma como un médico cura el cuerpo de los enfermos (cf. Mt 9,12). Los fariseos se tenían por buenos y no sentían necesidad del médico, y es por ellos —dice el evangelista— que Jesús propuso las parábolas que hoy leemos.

Si nosotros nos sentimos espiritualmente enfermos, Jesús nos atenderá y se alegrará de que acudamos a Él. Si, en cambio, como los orgullosos fariseos pensásemos que no nos es necesario pedir perdón, el Médico divino no podría obrar en nosotros. Sentirnos pecadores lo hemos de hacer cada vez que recitamos el Padrenuestro, ya que en él decimos «perdona nuestras ofensas...». ¡Y cuánto hemos de agradecerle que lo haga! ¡Cuánto agradecimiento también hemos de sentir por el sacramento de la reconciliación que ha puesto a nuestro alcance tan compasivamente! Que la soberbia no nos lo haga menospreciar. San Agustín nos dice que Jesucristo, Dios Hombre, nos dio ejemplo de humildad para curarnos del “tumor” de la soberbia, «ya que gran miseria es el hombre soberbio, pero más grande misericordia es Dios humilde».

Digamos todavía que la lección que Jesús da a los fariseos es ejemplar también para nosotros; no podemos alejar de nosotros a los pecadores. El Señor quiere que nos amemos como Él nos ha amado (cf. Jn 13,34) y hemos de sentir gran gozo cuando podamos llevar una oveja errante al redil o recobrar una moneda perdida.

Beato Francisco Palau y Quer Noviembre 7


Beato Francisco Palau y Quer
Noviembre 7

Nació en Aytona (Lérida, España) el 29 de diciembre de 1811, de familia pobre pero muy cristiana. En 1828 ingresó en el seminario de Lérida, donde estudió filosofía y teología durante cuatro años. En 1832 vistió el hábito de carmelita teresiano en Barcelona, donde profesó en 1833. Dos años después fue incendiado el convento donde él vivía. El 2 de abril de 1836 fue ordenado sacerdote. Se entregó de lleno al apostolado y a la oración. Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y vuelto a España, se le confinó injustamente a Ibiza (1854-1860).

A pesar de las dificultades, su amor y servicio a la Iglesia lo llevan a fundar en 1860 dos congregaciones religiosas: Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas, que encarnan su espíritu y hacen que el Padre Palau aún hoy siga vivo en sus hijas.

Posteriormente, la reina Isabel II intervino para que regresara a España, donde organizó su intenso apostolado. Ya ha medido sus fuerzas con todos los obstáculos y cuenta con la gracia para ganar todas las batallas que le presente el enemigo.

La espiritualidad y personalidad del Padre Palau se forjaron en la lucha, en una búsqueda larga y penosa que abarcó casi toda su vida. Luchó por la paz entre hombres mientras otros se debatían en guerras fratricidas; por la verdad para desterrar la ignorancia; por la libertad en una España que se decía "liberal" mientras perseguía a la Iglesia. Buscó soluciones a los problemas de su tiempo y se comprometió radicalmente con su vocación de carmelita y sacerdote. La clave de toda su vida espiritual y de su misión eclesial es el encuentro con Cristo vivo en su Cuerpo Místico, en la Iglesia.

Sirve a la Iglesia con los diferentes medios que su celo le sugiere: la predicación, la catequesis organizada, los exorcismos, la pluma como escritor y periodista. Los apostolados más variados encuentran su unidad en el ideal que los mueve: amar y servir a la Iglesia en los pobres, los enfermos, los niños, los jóvenes, las familias...

Dotado por Dios con el don de profecía y milagros, tuvo que soportar varias denuncias y juicios por las numerosas curaciones que hacía sin ser facultativo. En varias ocasiones practicó los exorcismos con el más cumplido éxito.

Predicó misiones populares en las islas y en la península, extendiendo la devoción mariana a su paso. Viajó a Roma en 1866 y de nuevo en 1870 para presentar sus preocupaciones sobre el exorcistado al Papa y a los Padres del Concilio Vaticano I. Murió en Tarragona el 20 de marzo de 1872, a los 61 años de edad. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1988. Su fiesta se celebra el 7 de noviembre.

Su espiritualidad
La espiritualidad y personalidad del Padre Palau se forja en la lucha, en una búsqueda larga y penosa que abarca casi toda su vida. Lucha por la PAZ entre hombres que se debaten en guerras fratricidas; por la VERDAD para desterrar la ignorancia, causa de tantos desmanes; por la LIBERTAD en una España que se decía "liberal" y persegula a la Iglesia. Busca soluciones a los problemas de su tiempo y se compromete radicalmente con su vocación de carmelita y sacerdote.

La clave de toda su vida espiritual y de su misión eclesial es el encuentro con Cristo vivo en su Cuerpo Místico, en la Iglesia.

Busca la soledad más completa para dialogar con su "Amada". Por ella también abandona la soledad y se lanza a la acción para servirla con los diferentes medios que su celo le sugiere: la predicación, la catequesis organizada, los exorcismos, la pluma como escritor y periodista. Los apostolados más variados encuentran su unidad en el ideal que los mueve: AMAR Y SERVIR A LA IGLESIA en los pobres, los enfermos, los niños, los jóvenes, las familias...

Su mensaje
que estemos siempre dispuestos a seguir a Cristo aunque nos cueste.

que nos entreguemos con valentía y generosidad al servicio de los hermanos.


que la soledad, la oración y el sacrificio sean la fuente de nuestro apostolado.

que el amor a Cristo, a María y a la iglesia polaricen nuestra vida.

Su oración
Oh Dios, que por medio de tu Espíritu, enriqueciste al Beato Francisco, presbítero, con el don insigne de la oración y de la caridad apostólica; concédenos por su intercesión, que la amada Iglesia de Cristo, resplandeciente con la belleza de María, la Virgen Madre, sea más eficazmente sacramento universal de salvación. Amén

6 nov 2013

Creer solo en Dios



Creer solo en Dios

Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura. 
Autor: P. Pedro Barrajón, L.C. | Fuente: la-oracion.com


"Cuando el hombre ora se sitúa de frente a Dios. En realidad siempre estamos en su presencia pero pocas veces somos realmente conscientes de que Él está allí. El hombre orante ejercita la fe como una adhesión personal a Dios (Catecismo Iglesia Católica, 150). La adhesión personal requiere que el hombre comprometa su inteligencia y que acepte lo que Dios ha revelado como verdadero, precisamente porque Dios lo ha revelado. Claro que cuando el hombre ora ejerce su inteligencia para entender con su mente lo que Dios le quiere decir, pero es también necesario que él abra todo su corazón porque el lenguaje de Dios es un lenguaje que va "de corazón a corazón" (Cor ad cor loquitur: el corazón habla al corazón).

No hay que despreciar este aspecto más "intelectual" de la oración, pero tampoco hay que reducirlo a él. Es preciso llegar a un sano equilibrio. La oración siempre es relación y una sana relación humana no comprometemos sólo la inteligencia sino el afecto, la voluntad, las emociones, la corporalidad, todo nuestro ser. Lo mismo sucede con Dios. Es importante tratar de entender lo que Dios nos revela, guiados por la sabia mano del Magisterio pero es igualmente importante que la relación con Él sea integral e incluya toda nuestra persona.

Por otra parte la relación con Dios, aunque tiene muchos aspectos análogos a la relación interpersonal humana, por otra parte es especial y única. Puede ser legítimo a veces dudar de lo que nos dice una persona por motivos diversos. Jamás lo será en el caso de Dios porque Él, siendo la verdad, no puede caer en falsedad e inducirnos a nosotros en error. Por ellos, llevados de su mano, nos sentimos seguros de que no nos podrá conducir a la mentira, sino que nos guiará siempre hacia la verdad sobre nosotros, sobre el mundo, sobre Él mismo. Así, con Él, tenemos esa experiencia de la que hablaba San Agustín, del "gozo de la verdad". Quien vive en la verdad y de la verdad, vive un gozo puro y especial que no puede vivir quien vive con el demonio, padre de la mentira. Por ello el hombre de Dios irradia alegría, gozo y paz.

"Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura" (CIC, 150). Podemos dar a otras personas una cierta confianza, pero sería vano poner en otra persona una confianza semejante a la que ponemos en Dios. El marido puede dar una confianza total a la mujer y viceversa. Es justo y sobre esta mutua confianza surge la alianza matrimonial, pero tal confianza siempre podrá estar minada por los límites e imperfecciones propios de una creatura. En cambio tales límites no existen en la relación con Dios, Verdad Absoluta que no aplasta con la luz de su verdad, sino que cura, ilumina, transforma y alegra el corazón del hombre.

Santo Evangelio 6 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Miércoles XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, caminaba con Jesús mucha gente, y volviéndose les dijo: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 

»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».


Comentario: Rev. D. Joan GUITERAS i Vilanova (Barcelona, España)
El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío

Hoy contemplamos a Jesús en camino hacia Jerusalén. Allí entregará su vida para la salvación del mundo. «En aquel tiempo, caminaba con Jesús mucha gente» (Lc 14,25): los discípulos, al andar con Jesús que les precede, deben aprender a ser hombres nuevos. Ésta es la finalidad de las instrucciones que el Señor expone y propone a quienes le siguen en su ascensión a la “Ciudad de la paz”.

Discípulo significa “seguidor”. Seguir las huellas del Maestro, ser como Él, pensar como Él, vivir como Él... El discípulo convive con el Maestro y le acompaña. El Señor enseña con hechos y palabras. Han visto claramente la actitud de Cristo entre el Absoluto y lo relativo. Han oído de su boca muchas veces que Dios es el primer valor de la existencia. Han admirado la relación entre Jesús y el Padre celestial. Han visto la dignidad y la confianza con la que oraba al Padre. Han admirado su pobreza radical.

Hoy el Señor nos habla en términos claros. El auténtico discípulo ha de amar con todo su corazón y toda su alma a nuestro Señor Jesucristo, por encima de todo vínculo, incluso del más íntimo: «Si alguno viene donde mí y no odia (…) hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). Él ocupa el primer lugar en la vida del seguidor. Dice san Agustín: «Respondamos al padre y a la madre: ‘Yo os amo en Cristo, no en lugar de Cristo’». El seguimiento precede incluso al amor por la propia vida. Seguir a Jesús, al fin y al cabo, comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay discípulo.

La llamada evangélica exhorta a la prudencia, es decir, a la virtud que dirige la actuación adecuada. Quien quiere construir una torre debe calcular si podrá afrontar el presupuesto. El rey que ha de combatir decide si va a la guerra o pide la paz después de considerar el número de soldados de que dispone. Quien quiere ser discípulo del Señor ha de renunciar a todos sus bienes. ¡La renuncia será la mejor apuesta!

San Leonardo de Noblac, 6 de Noviembre


San Leonardo de Noblac o de Limoges, Abad y Confesor
Noviembre 6


(+ 559) Protector en los partos y de los presos, pues tenía el privilegio real de liberar todos los que encontrara.

Es uno de los santos más populares de Europa central. En efecto; dice un estudioso que en su honor se erigieron no menos de seiscientas iglesias y capillas, y su nombre aparece frecuentemente en la toponomástica y en el folclor. El mismo estudioso añade que él «despertó una devoción particular en tiempos de las cruzadas, y entre los devotos se cuenta el príncipe Boemundo de Antioquía que, hecho prisionero por los infieles en 1100, atribuyó su liberación en 1103 al santo, y, de regreso a Europa, donó al santuario de Saint-Léonard-de-Noblac, como ex voto, unas cadenas de plata parecidas a las que él había llevado durante su cautiverio». San Leonardo de Noblac (o de Limoges) es un santo «descubierto» a principios del siglo XI, y a ese período remontan las primeras biografías, que después inspiraron el culto hacia él. 

Leonardo nació en Galia en tiempos del emperador Anastasio, es decir, entre el 491 y el 518. Como sus padres, a más de nobles, eran amigos de Clodoveo, el gran jefe de los Francos, éste quiso servir de padrino en el bautismo del niño. Cuando ya era joven, Leonardo no quiso seguir la carrera de las armas y prefirió ponerse al servicio de San Remigio, que era obispo de Reims. 

Como San Remigio, sirviéndose de la amistad con el rey, había obtenido el privilegio de poder conceder la libertad a todos los prisioneros que encontrara, también Leonardo pidió y obtuvo un poder semejante, que ejerció muchas veces. El rey quiso concederle algo más: la dignidad episcopal. Pero Leonardo, que no aspiraba a glorias humanas, prefirió retirarse primero a San Maximino en Micy, y después a un lugar cercano a Limoges, en el centro de un bosque llamado Pavum. 

Un día su soledad se vio interrumpida por la llegada de Clodoveo que iba a cacería junto con todo su séquito. Con el rey iba también la reina, a quien precisamente en ese momento le vinieron los dolores del parto. Las oraciones y los cuidados de San Leonardo hicieron que el parto saliera muy bien, y entonces el rey hizo con el santo un pacto muy particular: le obsequiaría, para construir un monasterio, todo el territorio que pudiera recorrer a lomo de un burro. Alrededor del oratorio en honor de María Santísima habría surgido una nueva ciudad. 

5 nov 2013

Santo Evangelio 5 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Martes XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,15-24): En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.

»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».


Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa

Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc 14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.

Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué gran responsabilidad!

Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.

Sor Angela de la Cruz, 5 de Noviembre



SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ

por José María Javierre

Ángela Guerrero nació en Sevilla en el seno de una familia humilde, a las afueras de la ciudad, el 30 de enero de 1846; su padre, Francisco Guerrero, cardador de lana, su madre, Josefa González, costurera. Ambos trabajaban como sirvientes del convento de frailes trinitarios: Francisco les cocinaba, Josefa lava y cose la ropa. Catorce hijos tuvieron, de los cuales murieron tempranamente ocho, víctimas de la mortandad infantil. La penúltima nació niña, Ángela.

Apenas tuvo ocasión de asistir a la escuela: con sólo doce años la pusieron a trabajar para ayudar a la familia. Niña viva y laboriosa, aprendió a colocar adornos en los chapines de las damas distinguidas. Así pasó doce años como ofíciala del taller Maldonado, donde se calzaba «la corte de los duques de Montpensier»: el gobierno había instalado en Sevilla a la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, casada con un hijo del rey francés Luis Felipe. Ángela repartió su tiempo entre su casa, el taller, las iglesias y los hogares pobres, que le gusta visitar, sobre todo algunos célebres corrales de vecindad, donde se hacinan familias marginadas. Hasta que un día confió a su confesor, el padre Torres, un canónigo venerado de Sevilla, el deseo de «hacerse monja».

Las carmelitas descalzas no se atrevieron a recibirla, temerosas de que aquel cuerpecillo menudo y débil apenas pudiera resistir los sacrificios del convento. También le falló la salud cuando intentó entrar en las Hijas de la Caridad. Bajo la experta guía de su confesor, decidió consagrarse al servicio de los pobres, «viviendo a los pies de Cristo crucificado» conforme a los consejos evangélicos. A lo largo de cinco años maduró su proyecto fundacional, experimentando un proceso espiritual de altos valores místicos: hacerse pobre con los pobres, ayudar a los pobres «desde dentro», siendo ellas rigurosamente pobres.

Su instituto había de llamarse «Compañía de la Cruz», y ellas «Hermanas de la Cruz». Ángela tuvo conciencia clara de que no le correspondía una función de magisterio espiritual sino el testimonio de mujeres cristianas entregadas por amor de Cristo al bien de los hermanos necesitados. Sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una joven iletrada, redactadas con graves deficiencias ortográficas y sintácticas, identifican su proyecto de «Compañía» con las formas existenciales propias de Sevilla: no sólo en las vinculaciones que podríamos llamar «políticas», por la atención que los responsables ciudadanos prestaron a la obra cristiana de Sor Ángela, o en la función «social» desarrollada por las Hermanas de la Cruz a favor de los menesterosos, sino en la repercusión hondísima que los modos estéticos sevillanos produjeron sobre el estilo espiritual de Sor Ángela y de su familia religiosa.

Ángela y sus hermanas no se dejaron cazar en la trampa espiritual de una «caridad desde arriba»: dieron y dan su testimonio evangélico instaladas dentro de la pobreza, la necesidad, la renuncia. En esta materia, la postura de Sor Ángela fue tajante. Para sí misma: «La primera pobre, yo... No me consideraré interina en el cargo, desearé sentir los efectos de la pobreza y me alegraré cuando los sienta; estaré pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia». Y para sus hermanas: «Todo en silencio, sin publicidad».

La fundadora imprimió a su «Compañía» un ambiente de limpieza, de saludable alegría, de contenida belleza: sus conventos obtuvieron esplendor a base de cal, un estropajo, dos esterillas y cinco macetas. A pesar del tenor heroico de sus renuncias, de su pobreza y de su entrega al servicio de los menesterosos, las hermanas de Sor Ángela no adoptan aires grandilocuentes: son mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de cualquier colosalismo; impregnan el aire de dulzura, provocan sonrisas cariñosas. La gente agradece esta manera de querer a Dios y a los pobres.

El 2 de agosto de 1875 nació oficialmente la Compañía de la Cruz, con una minúscula patrulla formada por tres hermanas más Ángela, «hermana mayor»: gastaron su capital fundacional en socorros a familias necesitadas, visitaron enfermos y se olvidaron de hacer la comida, la fiesta careció de banquete. En torno suyo se forjó enseguida una aureola tejida de episodios auténticos y legendarios: la biografía de Sor Ángela, «madre Angelita», es una inacabable letanía de bondad y caridades. La congregación cubrió rápidamente las provincias andaluzas y Extremadura. Luego alcanzó Madrid. En nuestros días, Italia y América. Roma aprobó el instituto a mediados de 1908.

Sor Ángela murió, anciana, el 2 de marzo de 1932. Mientras toda la iglesia sevillana rezaba sin parar, el Ayuntamiento republicano de Sevilla celebró una sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios de Sor Ángela. El alcalde puso a votación «que se cambie el nombre de la calle Alcázares por Sor Ángela de la Cruz». La minoría socialista, prescindiendo del matiz religioso, estuvo conforme, la minoría radical, conforme... por unanimidad. Sevilla republicana le regaló una calle a Sor Ángela. Cuando acomodaban el ataúd en el sepulcro de la cripta, llegó un obrero: con el jornal del día había comprado un ramo de claveles y suplicó que se los pusieran a Sor Ángela.

Juan Pablo II la beatificó en Sevilla, en su primer viaje a España, el 5 de noviembre de 1982, y la canonizó en Madrid el 4 de mayo de 2003.

[Ecclesia, Nº 3151, del 3 de mayo de 2003, pp. 26-27]

4 nov 2013

Santo Evangelio 4 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Lunes XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 14,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo también a aquel hombre principal de los fariseos que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».


Comentario: Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME (Ikenanzizi, Nigeria)
Cuando des un banquete, llama a los pobres, (...) porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos

Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc 14,12).

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).

San Carlos Borromeo, 4 de Noviembre


4 de noviembre

SAN CARLOS BORROMEO

(1584)


La Iglesia se encontraba en una de sus coyunturas más decisivas. Se había consumado desgraciadamente la ruptura religiosa con todo el norte de Europa. Sin embargo, después de mil dificultades, el concilio de Trento iba trazando un programa de auténtica reforma realmente maravilloso, que había de bastar para llenar durante siglos las actividades de los más celosos pastores.

Por aquellos días acude a Roma, llamado por su tío, el nuevo papa Pío IV, un joven de veintidós años. Es cierto que había estudiado en la Universidad de Pavía, y que durante esos estudios se había mostrado serio, formal, buen amigo de los libros y de las prácticas de piedad. Es cierto que un año antes, en 1559, él había obtenido su doctorado en Derecho canónico y en Derecho civil. Pero de eso a hacer de aquel joven, nada brillante por otra parte, cardenal de la Iglesia romana, administrador de la diócesis de Milán, de las legaciones de Bolonia y de la Romaña... iba una gran distancia. Distancia que una vez más llenaba el nepotismo de la época. El papa Pío IV iba a hacer de Carlos Borromeo como un anticipo de lo que habría de ser después el cardenal secretario. Al configurar el cargo y las atribuciones, el nepotismo que le movía iba ordenado por la divina Providencia, porque su sobrino habría de ser una de las figuras más extraordinarias de la moderna historia eclesiástica.

Carlos, con sus veintidós años, llega a Roma contento al ver la suerte que se le viene a las manos. Es necesario decir con verdad que trabaja como bueno, que es activo, incansable, lealísimo a su tío el Papa. Hay que decir también que no le falta trabajo, porque a la tarea normal se le añaden las fatigas no pequeñas que lleva consigo el concilio de Trento. Una correspondencia delicadísima con los legados del concilio y con los padres más destacados, se entreteje con la que hay que mantener con los nuncios, los agentes pontificios en las diferentes cortes, etc,.

Aunque el ejemplo que daba era bueno, reconozcamos, sin embargo, que el Santo estaba aún lejos. El arranque hacia la santidad tiene en la vida de San Carlos una fecha determinada: la de su ordenación sacerdotal. Desde entonces pudieron observar los romanos que el cardenal Borromeo era otro. Meses después recibía la consagración episcopal, en diciembre de 1563. Y terminado felizmente el concilio de Trento, quería dar por sí mismo el mejor ejemplo de observante a sus decretos abandonando Roma para residir en Milán, porque si es cierto que desde Roma atendía, con minuciosidad que hoy nos admira, la marcha de la diócesis milanesa, no es menos cierto que los decretos del concilio de Trento eran terminantes por lo que a la residencia de los obispos se refería.

Y a Milán marcha. Entra solemnemente el 23 de septiembre de 1565, pero vuelve a Roma para el conclave en que sería elegido San Pío V. En abril de 1566 está de nuevo en Milán, donde desarrolla durante unos veinte años una labor colosal. San Carlos Borromeo, que muere joven, de cuarenta y seis años, atiende no sólo a las necesidades de la diócesis de Milán, que aún hoy, después de haber sido muy recortada, continúa siendo inmensa, sino también a las de las quince diócesis sufrugáneas. Es más, designado primero protector de los cantones católicos y después visitador de toda Suiza, realiza allí varias veces minuciosas visitas, en las que consigue contener el avance del protestantismo, y toma medidas eficacísimas para lograr la sólida implantación de la reforma católica.

Notemos que todo esto se alcanza a fuerza de laboriosidad y de entrega. Dotado de una salud de hierro, que le permite pasar días enteros sin comer y durmiendo unas pocas horas; resistir largas horas de viaje, a un ritmo extraordinario con los medios de que entonces se disponía; sacar tiempo para hacer larga oración sin desatender los cuidados de su diócesis, San Carlos logra superar todo. De una parte su falta de simpatía natural. Con tendencia a la rigidez, tímido por naturaleza, escasamente conversador, le faltaba además una de las condiciones más preciadas para un hombre hábil: la rapidez en las decisiones. Y sin embargo, este hombre excepcional consiguió a fuerza de santidad cambiar la fisonomía de su clero, hacerse amar por su pueblo, superar los continuos conflictos con los autoridades y los representantes de los intereses creados y dejar en pos de sí una huella imborrable.

Su santidad es, en su suprema sencillez, una gran lección para todos. Se hizo santo por un método viejo y poco complicado: cumpliendo su obligación. Se hace santo por la observancia rigurosa y plenísima de sus deberes, quemando toda su existencia, poco a poco, entre los mil negocios de cada día. Sus mismos defectos, al contacto con la santidad, quedan trocados "a lo divino": su orgullo y desprecio a lo bajo, se transforman en horror al pecado; su mala administración y excesiva liberalidad de los tiempos de estudiante, se truecan en caridad hacia los pobres; su terquedad se hace tenacidad; su falta de brillantez, le da ocasión de ejercitarse en la laboriosidad y en la humildad. Pero si quisiéramos resumir su vida espiritual en una virtud más característica diríamos que fue la constancia. Pese a todo y a todos mantuvo en alto la bandera de la reforma. Es cierto que la visita a los "humillados:" termina a tiros; los canónigos de la Colegiata de Santa María le cierran las puertas a la faz de todos sus acompañantes; los asuntos temporales le traen disgusto sobre disgusto y denuncia sobre denuncia; si consigue ir a su diócesis y permanecer en ella es con la oposición de los Papas que le querían junto a sí. Y contra todo esto, él realiza impávido su obra.

¡Y qué obra! Recientemente Mols ha hecho el balance de lo que hoy debemos a San Carlos Borromeo en la vida de a Iglesia:

"En materia administrativa: la residencia de los pastores, la celebración de concilios provinciales, de sínodos diocesanos, de reuniones y conferencias arciprestales, el desenvolvimiento de la estadística eclesiástica y de los datos numéricos parroquiales, el llevar libros, expedientes y registros sobre los aspectos más variados de la administración diocesana y parroquial, el cuidado de una adaptación geográfica de las diócesis a las exigencias pastorales, la preocupación por asegurar un mayor cuidado material de las iglesias, la tendencia a acentuar el aspecto defensivo del catolicismo y su organización. En materia escolar: la fundación de seminarios e instituciones especializadas de enseñanza y ayuda mutua, el desenvolvimiento de la formación catequística y religiosa de los cristianos. En materia directamente apostólica: la fundación de los Oblatos de San Ambrosio comprendiendo miembros laicos, el impulso dado a las misiones parroquiales, el apostolado de la Prensa, a una predicación dominical regular de inspiración bíblica y litúrgica, a ciertas devociones populares eucarísticas, la organización regular de visitas diocesanas y de recorridos de confirmación, el recurso a equipos apostólicos especializados, la preocupación por un apostolado comunitario.

Salta a la vista que no todas estas cosas pueden atribuírsele a él exclusivamente. Pero lo que no se le puede negar es haber sido el genial ordenador de materiales legislativos y pastorales tomados de sus predecesores, que, sistematizados, ofreció a toda la Iglesia. Porque durante toda la época de la reforma católica puede decirse que en la Iglesia entera los ojos están fijos en Milán, y ya nos encontremos en la Francia del siglo XVII, de tan magnífica orientación pastoral; ya en la España de Felipe II, y en Valencia con el Beato Ribera; ya en Italia, que en gran parte visitó él mismo; ya en Indias con Santo Toribio... en todas partes veremos cómo San Carlos es el auténtico ideal del obispo reformador y sus medidas legislativas son copiadas, adaptadas, implantadas y urgidas.

En muchos aspectos es decidido antecesor de iniciativas que estimamos modernísimas. Recordemos el "Asceterium". al que el papa Pío XI llamó en la encíclica Menti Nostrae la primera casa de ejercicios del mundo; recordemos su preocupación por el seminario, y su clara visión de la necesidad de adaptar la formación de los seminaristas a la vida real; recordemos su empeño por la santificación de los seglares y la organización apostólica de los mismos; recordemos la amplitud de espíritu con que concibió las relaciones del clero secular con los religiosos.

Todavía más que en sus obras puede encontrarse la medida de sus preocupaciones apostólicas en las actas de las visitas apostólicas. Porque, como ha escrito el actual papa Juan XXIII, incansable editor de las que corresponden a Bérgamo, " la historia escrita por otros tiene un poco siempre del pensamiento y de las impresiones de quien escribe. En cambio, en las actas de la visita es San Carlos mismo vivo, operante, el que a distancia de más de tres siglos aparece tal cual le veneraron sus contemporáneos; alta inteligencia de hombre de gobierno que todo lo ve y a todo llega, espíritu noble y excelso, corazón de obispo y de santo. De aquellos papeles brota su figura entera, y juntamente con ella todo un mundo que resucita en torno a él... Mas aún que en las disposiciones conciliares y sinodales, las actas de las visitas dan el tono más justo y auténtico de esta sabiduría apostólica y pastoral que tan admirablemente supo unirse en Borromeo con su íntimo fervor religioso, de aquella arte exquisita que él poseía de proveer a todo con medios aptos, de conseguir con orden, con organización perfecta, con calma, lograr un fruto, no sin dificultades a veces, pero siempre con gran dignidad y con bondad inmensa en los mismos choques".

Muchísimas veces había desafiado la muerte: viajes de noche por los Alpes, entrevistas con sus más mortales enemigos sin defensa alguna, y, sobre todo, contactos durante largas temporadas con los apestados, en especial en la terrible peste de 1576-1577. Sin embargo, la muerte le había respetado hasta entonces.

Pero hubo un momento en que llegó ya. Tenía el cardenal cuarenta y seis años. Aunque devorado por la fiebre, continuaba haciendo su visita pastoral. El 30 de octubre inauguró un seminario. Después consoló a los habitantes de Locarno, que de cuatro mil ochocientos habían quedado reducidos a setecientos a causa de la peste. La fiebre le devoraba. Fue necesario rendirse por fin. Y en Milán, rodeado del amor de todo su pueblo, expiró dulcemente el sábado 3 de noviembre de 1584.

Desde el primer momento fue venerado. Ya el día 4 hubo una grandiosa manifestación de veneración pública. Pocos años después, en 1610, era canonizado. Su culto se extendió rapidísimamente por todo el mundo. Símbolo de la reforma católica, imagen del buen pastor, fue desde el primer momento su devoción un estímulo para continuar trabajando en las mismas tareas que él había emprendido. San Francisco de Sales le tuvo una gran devoción y visitó su sepulcro. El papa actual, Juan XXIII, eligió para su coronación, aun sabiendo que esto suponía un gran esfuerzo, el día de su fiesta, queriendo colocar su pontificado bajo el patronato de este gran Santo.

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

ORACIÓN A SAN MARTÍN DE PORRES



ORACIÓN A SAN MARTÍN DE PORRES

EL DOMINGO 3 DE NOVIEMBRE ES SU FESTIVIDAD. UN GRAN SANTO MUY MILAGROSO.


Señor Nuestro Jesucristo, que dijiste "pedid y recibiréis", humildemente te suplicamos que, por la intercesión de San Martín de Porres, escuches nuestros ruegos. 

Renueva, te suplicamos, los milagros que por su intercesión durante su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para bien de nuestra alma. Así sea.


PARA PEDIR UN FAVOR 

En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector San Martín de Porres.

Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste sólo para Dios y para tus hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a quienes admiramos tus virtudes.

Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo ante el Dios de bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias.

Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva entregado a mis hermanos y a hacer el bien.

Padre celestial, por los méritos de tu fiel siervo San Martín, ayúdame en mis problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


DEPRECACIONES EN LOS CASOS MAS APREMIANTES

Por el deseo ardiente de martirio que tuviste y por tu celo por la propagación de la fe y bien de las almas, alcánzame, Padre mío Martín, la gracia que te pido. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la esperanza heroica que tuviste en alcanzar la felicidad del cielo por los méritos de la sangre de Cristo, obténme de nuestro buen Dios el favor que te pido, Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la caridad con que amaste a Dios, sobre todas las cosas y socorriste en cualquier necesidad al prójimo, no me dejes desconsolado en esta aflicción, Padre mío Martín.Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por las austerísimas penitencias con que discretamente mortificaste tu alma y cuerpo y por las extraordinarias gracias con que Dios te auxilió en este ejercicio, consígueme lo que solicito, amado Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la oración con que salvaste la vida de tres reos fugitivos y por el celo con que exhortaste a enmendar su conducta, acógeme bajo tu amparo, amado Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por la compasión con que protegiste a veinte jóvenes pobres y virtuosas, dotándolas con cuatro mil pesos cada una y por el premio que alcanzaste de Dios para tu devoto don Mateo, bendiciendo y aumentando sus riquezas, socórreme, amado Padre mío Martín. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Por el regalo grande que te hizo el Señor Crucificado en la oración, en el capítulo del convento, elevándote arrodillado hasta besar la llaga de su costado, dame espíritu de compunción; no me olvides en la presencia de Dios y concédeme la gracia que solicito en estas deprecaciones. Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

¿Cómo será mi muerte?



¿Cómo será mi muerte?

La muerte, maestra de vida III. Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo. 
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net


Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión". Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su "dies natalis".

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado. 

Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta. 

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro"

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes

3 nov 2013

¿Me siento preparado para morir en este momento?

¿Me siento preparado para morir en este momento?



La muerte, maestra de vida II. La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. ¿Qué es para ti? 
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net



Nos vamos a fijar ahora en los efectos que produce la muerte. Recordemos serenamente, fríamente lo que hace con nosotros la muerte.

En primer lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido que, cuando llegue la muerte, tenga poco que hacer.

Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada.
Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado. 

Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. La máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello durante su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre.

La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el árbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda. Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará solo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, la única vida que tenía. 

Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta. Para el momento del cual depende toda tu eternidad...¿te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o, al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso? es decir, ¿he llenado mí vida hasta este momento?

Conviene no dejar pasar un solo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque, de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz.

Pero, "hay tiempo todavía, no hay por qué preocuparse ahora". Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos.?

"Ya me prepararé cuando llegue la hora..." Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como la de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y, aunque me quedase mucha vida por delante, y conociese el día de mí muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida es para eso? 

Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno, porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces, mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida!. Nos damos cuenta verdaderamente de lo que vale la vida en una enfermedad.

Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con el dinero. Que es placer. Que aprovechen. Para otros el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz... ¿Qué escoges tú? ¿Qué es para ti la vida y el tiempo?



La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres, uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.

Santo Evangelio 3 de Noviembre de 2013



Día litúrgico: Domingo XXXI (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». 

El bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa

Hoy, la narración evangélica parece como el cumplimiento de la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14). Humilde y sincero de corazón, el publicano oraba en su interior: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador» (Lc 18,13); y hoy contemplamos cómo Jesucristo perdona y rehabilita a Zaqueo, el jefe de publicanos de Jericó, un hombre rico e influyente, pero odiado y despreciado por sus vecinos, que se sentían extorsionados por él: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19,5). El perdón divino lleva a Zaqueo a convertirse; he aquí una de las originalidades del Evangelio: el perdón de Dios es gratuito; no es tanto por causa de nuestra conversión que Dios nos perdona, sino que sucede al revés: la misericordia de Dios nos mueve al agradecimiento y a dar una respuesta.

Como en aquella ocasión Jesús, en su camino a Jerusalén, pasaba por Jericó. Hoy y cada día, Jesús pasa por nuestra vida y nos llama por nuestro nombre. Zaqueo no había visto nunca a Jesús, había oído hablar de Él y sentía curiosidad por saber quién era aquel maestro tan célebre. Jesús, en cambio, sí conocía a Zaqueo y las miserias de su vida. Jesús sabía cómo se había enriquecido y cómo era odiado y marginado por sus convecinos; por eso, pasó por Jericó para sacarle de ese pozo: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). 

El encuentro del Maestro con el publicano cambió radicalmente la vida de este último. Después de haber oído el Evangelio, piensa en la oportunidad que Dios te brinda hoy y que tú no debes desaprovechar: Jesucristo pasa por tu vida y te llama por tu nombre, porque te ama y quiere salvarte, ¿en qué pozo estás atrapado? Así como Zaqueo subió a un árbol para ver a Jesús, sube tú ahora con Jesús al árbol de la cruz y sabrás quien es Él, conocerás la inmensidad de su amor, ya que «elige a un jefe de publicanos: ¿quién desesperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?» (San Ambrosio).