10 oct 2016

Él, estaba triste...





Él, estaba triste...
La Iglesia está llena de personas. Llena de fieles. Es domingo, es la Misa del Día del Señor, esperando escuchar nuevamente: "Haced esto en memoria mía" 
Autor: María Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net


Era de la semana, día jueves, pero ya era de noche y la luna paseaba en la inmensidad del cielo, sola y plena...

Un grupo de hombres, compañeros, amigos, estaban reunidos con su Señor, con el Maestro. Era el tiempo de la Pascua, comienzo de primavera. 

Animados, platicaban en la cena. Comían y bebían cuando se hizo el silencio y lo miraron. Tenía entre sus manos un pan, estaba de pie...su rostro era de una solemnidad que impresionaba y todos vieron sus ojos que ya jamás podrían olvidar llenos de amor, de ternura, pero también de algo más, húmedos por las lágrimas que no llegaban a derramarse, piedad profunda, entrega en plenitud y tristes. Él, estaba triste...

Partió el pan de aquella manera tan especial que ellos ya conocían, pronunció la bendición y habló. Su voz se oyó en el impresionante silencio que se había hecho y dijo:- Tomad, este es mi cuerpo (Marcos 14,22). 

Al terminar la cena, Él volvió a ponerse de pie, tomó una copa, la levantó y todos sintieron que los amaba profundamente, pero Él estaba pálido y triste, lo bendijo, bebieron todos de el, y volvió a decir: Bebed todos de él, porque esta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por muchos para perdón de los pecados (Mateo,26-27,28). 

No entendieron entonces... Fue después cuando uno a uno fueron muriendo para dar testimonio de haber sido testigos de ese inolvidable y grandioso momento.

Pero no todos. Había uno que bajó los ojos cuando sintió que el Maestro lo miraba... no pudo soportar aquella mirada llena de amor y tristeza. Algo le estaba quemando en las entrañas... y se fue . 

A si quedó instituido EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA, el más grande Misterio de Amor. 

La Iglesia está llena de personas. Llena de fieles que cumplen con el Tercer Mandamiento de la Ley de Dios. Es domingo, es la Misa del Día del Señor.

Ha pasado ya una parte del principio de la liturgia de la Misa y en este momento, al igual que hace más de dos mil años, Tu, Señor vuelves a ofrecerte al Padre y decides quedarte entre nosotros en ese pan y en ese vino que son tu Cuerpo y tu Sangre. 

No es un simple recuerdo, Tu lo pediste: Haced esto en memoria mía (Lucas, 22-19).
Y vuelves a estar ahí... El altar está rodeado de ángeles, no los vemos, pero están. Una vez más se realiza, no como recuerdo, sino tan verdaderamente como "aquella noche" ya tan lejana y al mismo tiempo tan actual y tan presente.

Por eso, cuando el sacerdote eleva la Sagrada Hostia vuelve haber un misterioso y reverente silencio... puede que haya un suave susurro de voces que digan: "Señor mío y Dios mío". Luego el copón con el vino que ya es la Sangre de Cristo , igual que entonces... y yo con el alma arrodillada digo: "Creo, Señor, pero aumenta mi fe". Y vuelvo a pensar en aquellos momentos y que Tu, estabas triste... Pero también se, que cuando lo reciba tomando su Cuerpo y su Sangre y le diga: "Te amo"...tendré el regalo de su sonrisa. 

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